Termina otro día, hoy cierro un capítulo más del libro de mi vida.
Cuando comencé este libro, todo era mio, me lo puso Dios en las manos, podía hacer con él lo que quisiera: un poema, una pesadilla, una blasfemia, un sistema, una oración, una acción.
Podía... Hoy ya no puedo; no es mío, ya tengo gran parte escrito, no se cuanto capítulos me quedan por escribir, ahora es de Dios. Lo va a leer todo el mismo día, con todos sus detalles. Ya no puedo corregirlo, pero si puedo mejorarlo, corregir algunas acciones, mejorar la letra. Tarde o temprano habrá pasado al dominio de la eternidad.
Pienso unos momentos en esta ultima noche. Tomo el libro y leo despacio, dejo pasar sus páginas por mis manos y por mi conciencia. Tengo el gusto de mirar en mi interior. Leo todo. Repito aquellas páginas de mi vida en las que puse mi mejor estilo. No olvido que tuve muy buenos maestros, pero uno de los mejores, debo ser yo mismo. Leo también aquellas páginas que nunca quisiera haber escrito. No.... no intento arrancarlas, es inútil. Debo tener valor para leerlas, son mías. No puedo arrancarlas, pero puedo anularlas, cambiarlas cuando escriba el siguiente. Si lo hago, Dios seguramente pasara estas de corrida, cuando lea mi libro el último día.
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