La industria de la molturación se había desarrollado con éxito en la segunda mitad del siglo XIX, particularmente en la provincia de Valencia. Los tres hermanos Pons Forés, Manuel, Francisco y José, cuya familia poseía el Molino Grande de Silla o Molino de Forés (Serna y Pons, 2012), habían diversificado y orientado su actividad hacia el novedoso negocio eléctrico. Tras un primer comienzo como modesta “Sociedad en Comandita Pons y Forés” fundaron en 1894 la más ambiciosa “Sociedad Hidroeléctrica de Valencia”. El objeto social era la producción, explotación y distribución de energía eléctrica para alumbrado y fuerza motriz en los términos municipales de Gandía y Alcoy, pudiéndose dedicar a otros negocios relacionados con la electricidad. Para ello, previamente habían obtenido la concesión de un salto en el río Serpis, el Salto del Moro. Allí establecieron la central hidroeléctrica de Lorcha que podía proporcionar hasta 680 kW de potencia mediante tres turbinas. Esta sociedad contaba con importantes miembros de la burguesía valenciana de la época entre sus 25 accionistas iniciales. Su despliegue fue rápido y en 1896 la Sociedad Hidroeléctrica de Valencia ya había tendido dos líneas de media tensión necesarias para su plan de empresa, primera a Gandía y la segunda a Alcoy. La corriente generada era alterna monofásica a una tensión de 6.000 voltios (Trénor, 1900). La línea hasta Gandía bordeaba la plataforma del nuevo ferrocarril entre ambas poblaciones mencionadas.
Ante esta situación, la forma de crecimiento que además permitiera aplicar economías de escala, se basaba en la apertura de redes en nuevas poblaciones o en la adquisición de otras sociedades competidoras. Otra estrategia que se apuntaba a más largo plazo y que finalmente resultó decisiva, era la apuesta por gran generación hidroeléctrica (Bartolomé, 2007). Durante la última década del siglo XIX el transformador había evolucionado y al mismo tiempo, los aislamientos en el transporte también habían mejorado por lo que se podían alcanzar tensiones más altas en el punto de generación y así reducir las pérdidas en el transporte, dando así solución a uno de los grandes problemas que presentaba la distribución eléctrica a tensiones bajas. Los saltos potencialmente más valiosos pero alejados de las grandes poblaciones estaban alcanzando su umbral de explotación. Las empresas pioneras como la Sociedad Hidroeléctrica de Valencia, eran conscientes de la gran necesidad de capital que suponían las obras hidráulicas, empezando por las concesiones y siguiendo con la construcción de embalses, edificios anexos, la maquinaria eléctrica e instalaciones. Sobre esta inversión se debía añadir el coste del trasporte eléctrico. Cuando mayor era la capacidad del salto y mayor la distancia al punto de consumo, mayor era la inversión.
El interés que despertaba el Júcar entre los primeros empresarios valencianos era grande por las enormes posibilidades que ofrecía (Arroyo, 2012). La estrategia de crecimiento de la Sociedad Hidroeléctrica de Valencia se basaba en aprovechar el Júcar para mejorar su capacidad de generación. La sociedad se había planteado adquirir un valioso salto en la parte alta de dicho río y mediante dos líneas principales, trasportar el fluido generado a la ciudad de Valencia y a Gandía.
Todo ello era necesario para posicionarse en el mercado pues la generación térmica a gran escala, mecánicamente más sencilla, resultaba cara por el coste y la logística del combustible y no permitía competir en precio con la hidráulica, quedando relegada a suministros de apoyo para momentos de estiaje. Solamente aquellas empresas que ya producían gas como las de José Campo y Eugenio Lebón y que además estaban ubicadas en la ciudad de Valencia, podían permitirse producir electricidad de origen térmico a precios competitivos.
Final 3ª parte
No hay comentarios:
Publicar un comentario