LAS CUATRO ESTACIONES
2ª parte
II
Nostalgia de la
niñez
“Por los caminos
de la noche,
llega
siempre la nostalgia,
impregnando su
aroma de tristeza,
volando sobre
una nube triste y negra”
“Dicen que recordar es vivir…”
Hoy es un día como cualquier otro, la
única diferencia es que necesito coger la pluma y escribir, sí, mi pluma
estilográfica de toda la vida, con la que voy escribiendo mis notas e ideas en
un borrador y que luego voy pasando y ordenando en mi equipo informático, voy
tomando notas y hoy con mayor motivo porque he tenido un sueño. Soñaba que era
pequeño, y que me sentía muy feliz, porque el lugar donde me encontraba, era mi
hogar, mi casa, y en ella estaban mis padres,- muy jóvenes- y mis hermanos.
Era un día de verano, en el comedor
veía a mi padre, sentado en una silla, a mí, me tenía entre sus brazos,
contándome una historia. El ambiente que se respiraba era muy agradable. En la
cocina estaba mi madre preparando la merienda, la malta para los mayores y la
leche con galletas para mí. En el momento que mi abuela aparecía en el sueño,
me desperté. Este sueño, me ha hecho pensar, me ha movido por dentro de mi ser,
emociones, sentimientos; siento mucha nostalgia de aquella época, donde
estábamos todos, ahora ya no es lo mismo, del sueño faltan mi abuela y mis
padres, nosotros hemos crecidos y cada
uno tenemos nuestra propia familia, y
nuestras preocupaciones.
III
Recordando,
añorando...
“La magia
siempre debe existir en los corazones,
guardarla como
un preciado tesoro”
Me siento en la terraza, frente al
mar, la vista es preciosa, las olas rompen con fuerza, el ruido es muy fuerte,
pero me relaja, la temperatura es todavía bastante baja, el sol ayuda a que el
momento sea muy agradable, disfruto viendo ese mar azul que parece que besa al
cielo. El mar vive por siempre, provoca vida y lava rencores.
La terraza de mi casa es una atalaya
hermosa en un marco envidiable desde la cual lanzo mis pensamientos, mis
recuerdos, mi nostalgia al aire como si fueran proclamas de libertad. Y la
verdad es que me apetece recordar y plasmar en una hoja de papel mis
sentimientos. Yo ya sé que no soy un gran virtuoso, pero aun así al escribir
mis pensamientos se me enciende hasta la vena más poética y disfruto. Incluso
pienso en lo afortunado que soy.
Cierro los ojos y los acordes de
Mahler me llevan a esa escuela donde los niños, en mangas de camisa, jugábamos
al fútbol en el patio, a ese camino que los niños habíamos hecho para atajar y
subir al campamento, al camino de la escuela…
Tras estar estos dos últimos años
trabajando en el relato de mi infancia en el Salto de Millares, las dos
primeras partes de “Las cuatro estaciones”, no puedo dejar de pensar en la
niñez, siempre tengo la sensación de haber dejado muchas cosas en el tintero,
parece la historia interminable, creía que me había quedado exhausto, vacío,
pero no, necesito contar y seguir profundizando sobre la infancia, sobre mi
niñez.
Seguramente muchas cosas no son
exactas, pero así es como yo las recuerdo, y eso es lo que importa. Podemos
inventar la historia a nuestro gusto, porque la memoria permite recordar; pero
principalmente olvidar. Ocultamos algunos detalles para ponernos a resguardo de
lo que podría doler.
Hay tantos recuerdos agradables de
aquellos días, supongo que las preocupaciones las tendrían nuestros padres,
para sacarnos adelante en aquellos días difíciles; nosotros éramos tan pequeños
que no teníamos conciencia de los avatares del día a día. El paso del tiempo,
abre los ojos y nos hace recordar y sobre todo reconocer, los grandes
sacrificios que hacían nuestros padres para sacar a delante a su familia; eran
tiempos malos, donde la economía familiar no era muy boyante. Pero, tanto mis hermanos
como yo siempre disfrutamos de nuestra niñez.
Lo que nunca olvidamos es a la gente
que estuvo con nosotros. Esas personas con nombre propio, que se agigantan con
el tiempo y en el relato. Las mismas que, después de tanto tiempo, ya no nos
siguen mirando, saludando, cuidando ni sorprendiendo, pero si enamorando. Las
que ya no sostienen con fuerza el algodón, cuando volvemos a sangrar.
A pesar del el tiempo pasado, y añorando algunas
ausencias irreemplazables de mis seres
queridos, recuerdo con mucha intensidad como era mi familia, como fue mi
infancia. ¡Mi familia, que palabra tan bonita!
Todo se supera, pero lo básico es que
se sepa que es inevitable. Es casi mejor aceptarlo, sufrir si es necesario y
con mesura, sobre todo las ausencias, guardar un sincero y amoroso recuerdo de
los tiempos buenos y seguir construyendo su propio presente.
Enseguida vienen nuevas ilusiones y
aquí sí, necesitaremos fuerza nueva, energía renovada, para enfrentarnos a los
nuevos tiempos. Cada día que pasa construimos un poco de nuestra vida. Es un
gran edificio que vamos dando forma constantemente.
Cuantas cosas, se comprenden cuando
uno es ya adulto. Ahora comprendo muchas cosas. Comprendo, porque nos guardaban
tanto, porque eran tan estrictos, en la educación, en el cumplimiento de los
horarios de recogidas, en general de las normas establecidas. En cuanto a los
valores de respeto, responsabilidad, y otros tantos, me siento muy agradecido
de haber vivido en una sociedad, compartir con unos amigos y vecinos una forma
de vida que nos ha permitido afrontar el mundo, los problemas de debes afrontar
en la vida, y disponer de unos valores que han sido la base de nuestra vida.
En la educación de conductas y de
urbanidad hubo siempre un claro objetivo que tenía presente el respeto a
cualquier persona de edad, por el mero hecho de serlo y con mayor razón si eran
para el niño los padres de sus padres a quienes debía respetar y demostrar un
cariño como a sus propios padres.
En los libros de lecturas abundaban
los dibujos de abuelos y nietos en la mejor armonía y eso se reflejaba en las
poesías, los cuentos y todo tipo de género literario apropiado para las edades
de la infancia.
Ahora, cada día que pasa, me acuerdo
mucho de cuando era pequeño, y la infancia tan feliz que mis padres me
regalaron. Fue una época de mi vida tan importante. Recuerdo tantas cosas de
aquellos días, son un tesoro, que los tengo guardados en el cofre de los
recuerdos más entrañables de mi infancia.
Ahora que ya no puedo sentarme en las
rodillas de nadie, ahora que ya no necesito que me expliquen otra vez de dónde
vienen los niños, ahora que no me despierto con la misma ilusión el día de
reyes, ahora que ya no me asusta mirar debajo de la cama cuando el sol se pone.
Ahora la nostalgia me ha invadido, ahora mi alma se ha teñido de melancolía por
un tiempo que se fue para siempre.
La madurez sin remedio, viene a
galope y se introduce en el cuerpo de golpe, sin preguntar; sin compasión ha desterrado la inocencia de
la niñez, después llega la inseguridad y ahora toca la sensatez, y me
pregunto-¿por qué dejaremos de ser niños? Ahora cuando observo a mis nietos,
siempre pienso: ¿qué les deparará la vida?, que sufrimientos embargarán sus
almas, ahora tan inocentes. Es un sentimiento de tristeza y miedo, porque ahora
sí sé, que es la realidad de la vida:
ambiciones, envidias, malas artes… Una sociedad donde prevalece el tener, donde
se ha olvidado valores tan importante como el respeto.
IV
Mi
familia
Nací
en primavera, en primavera las plantas y árboles florecen, pintando con una
paleta multicolor los paisajes primaverales, y el sol, con sus alegres y
juveniles rayos, nos saluda arrullándonos desde su posición de altura, en
primavera cuando los poetas más hablan del amor. Nací en primavera, en Abril,
el mes que por primera vez abrí los ojos a la vida, mis primeros recuerdos,
entre neblinas distorsionadas, entre nubes azules y olores a romero.
"Mis padres"
Éramos
seis hermanos: cuatro niñas y dos niños. Mi padre, valenciano, conoció a mi madre,
en San Sebastián, mientras realizaba el servicio militar. Al ser de la “quinta
del biberón”, fue a la guerra con dieciséis años, al vivir en Valencia luchó
con la República, y por tanto le castigaron a realizar la “mili”, en la capital
vasca. Se casaron y fueron a vivir a Alcira, donde mi abuelo era el jefe de la
central eléctrica donde estuvo trabajando con el, hasta su traslado al Salto de
Millares.
"Una Falla realizada por mi padre, el solo, era un artista"
Mi
padre, era un hombre alto, rubio con ojos azules, bastante bien parecido,
extraordinariamente inteligente, autodidacta, pintaba al óleo muy bien,
dibujada, hacía cualquier arreglo de fontanería, carpintería, su trabajo como
electricista, montaba equipos de música, radio….su cabeza siempre estaba
tramando algo. Tenía un genio, más bien, un pronto terrible, luego se le
pasaba, pero en ese momento más te valía no andar cerca. Gran fumador, sin
exagerar, se podía fumar de dos a tres cajetillas diarias de Ideales o Celtas
cortos. Muy alegre, simpático y muy chistoso, pero se le notaba en exceso que
había sido el mimado de su madre, por lo caprichoso que era. Mi padre
desarrolló su amor por la pintura, el arte en general, como yo he desarrollado
mi sensibilidad por la lectura, escritura o el cine. Ninguno de los hermanos
heredamos de mi padre, la habilidad para la pintura, no siempre se hereda lo
que quisiéramos. Cada uno desarrolla su particular genialidad... no hay por qué
ser iguales, de todas formas la sensibilidad sí se hereda.
Mi
madre, era una mujer muy guapa, alta y bastante fuerte, constitución norteña, en
mis recuerdos, ya la veo rellenita. De familia bastante acomodada, era muy
dulce, no tenía mal genio, pero cuando se enfadaba, sabía ponerse “borde” y se
le notaba mucho. Recuerdo muy bien, un partido de futbol que se celebró entre
los empleados de la central eléctrica y los hombres del pueblo de Millares, mi
padre hizo un banderín para regalar, lo pintó al óleo y quedó precioso, todos
estábamos convencidos que la entrega la realizaría mi hermana Mari Carmen,
entonces debía tener cinco o seis años, rubia con ojos azules, era una
auténtica muñeca, no sé porque se lo dieron a entregar a otra niña, mi madre
saltó al campo cogió el banderín y lo destrozó delante de todo el mundo y se
quedó más ancha que larga, ante la sorpresa de todos. Muy religiosa, cantaba
muy bien, para aquellos tiempos bastante culta, le gustaba mucho leer. Las
labores de la casa y la cocina, se le hacían cuesta arriba, se notaba que en su
casa habían tenido criada, este posiblemente fuera el motivo de la muy mala
relación con mi abuela paterna.
Que
bella era mi madre, para mí era la mujer más guapa que había visto, yo la
comparaba con las artistas de la gran pantalla, esas películas que veía aptas
para los niños, y ahí es donde veía a las actrices y me quedaba embobado al
verlas tan guapas, y con esos trajes tan bonitos. A hurtadillas miraba a mi
madre cuando se peinaba su media melena y se pintaba los ojos y los labios y
quedaba perfecta, ¡qué guapa!, cualquier cosa que se ponía lo lucía, y a mí se
me representaba como la madre más guapa del mundo.
Recuerdo
intensamente, la belleza de mi madre. La delicadeza que tenía con las flores,
como las cuidaba y mimaba, incluso les hablaba. Ella con tan poca cosa, ¡era
feliz!, eso lo puedo asegurar, porque una mujer cuando no es feliz, no canta,
-como cantaba ella-, esas canciones vascas o religiosas en misa: cantaba como
“los Ángeles”, así lo recuerdo yo.
"Mi madre"
Hoy
quiero retornar a la niñez, que mi madre me riña por no comer casi nada, por
correr y sudar, por mancharme, por mil pequeñas cosas, y que cuando llegue la
noche, me cante aquellas canciones que nunca sonarán igual y, así, dormirme sin
miedo a la oscuridad.
La
guerra que le di con las comidas, porque, cuando era pequeño no había manera de
hacerme comer. La Quina Santa Catalina o el jarabe de hígado de bacalao siempre
estaban encima de la mesa, era la forma que entonces se utilizaba para abrir el
apetito.
Mis
hermanos, siempre han dicho que yo estaba muy enmadrado, que era su niño
mimado, y es verdad, la adoraba. Y me
duele pensar que nunca le agradecí por todo el cariño que me dio, por los
cuidados cuando estaba enfermo, por ayudarme a rectificar errores, por dejar
sus sueños y hacer de nosotros su sueño. Por cada beso, caricia,… porqué sus
brazos siempre estaban abiertos cuando necesitaba un abrazo, porqué su corazón
siempre sabía comprender, por ser mi ángel de la guarda y por hacer de mí una
persona mejor.
Gracias,
por cada llaga en tu corazón.
Mi
hermana mayor Mª Jesús, Mª Carmen y yo, nacimos en San Sebastián, mi hermano
Vicente (dos años mayor que yo) y Ana Mari (la segunda de todos), en Alcira, la
pequeña Tere, la única que nació en casa y en el Salto de Millares.
Ana
Mari, desde muy pequeñita se quedó a vivir con los abuelos maternos en San
Sebastián y solo la pude ver una decena de veces en todos estos años, Mª Jesús,
la mayor vivió con nosotros hasta los catorce años y fue a Valencia a estudiar,
estuvo con los abuelos paternos y a partir de entonces apenas nos vimos. Lo que
hoy me parece una situación terrible, en aquellos tiempos y con mis años, no le
das mayor importancia y te acostumbras, sabes que tienes dos hermanas lejos,
pero no eres consciente de la situación.
Después
de tantos años, puedo entender que era época de escasez y que mis padres las
dejaran con los abuelos, pero que más tarde no intentaran unir de nuevo a todos
los hermanos, no lo puedo comprender. Cuando hace poco, falleció María Jesús,
nos dimos cuenta de un hecho terrible, ella y Ana María, no llegaron a conocerse.
Las dos tuvieron más cosas que nosotros,
pero les falto el amor, el calor, la compañía, y por qué no, las broncas y riñas
de los padres, las peleas y abrazos de los hermanos.
"Mi hermana Tere, con la radio construida por mi padre"
El
entorno familiar donde hemos crecido determina en gran medida nuestro carácter,
es muy importante para el desarrollo emocional del niño crecer en un ambiente
protector y de cariño para que éste se sienta seguro y confiado y pueda
desarrollar su crecimiento y aprendizaje, sin traumas.
Final de la 2ª parte
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