LAS CUATRO ESTACIONES
10ª parte
XIV
Primavera (1ª parte)
Primavera (1ª parte)
Pero
también, mi infancia era el día de la primavera, porqué los días se volvían más
largos, y todo era invadido por el olor a romero, las flores silvestres que
decoraban el paisaje y que la lluvia había perlado graciosamente sus pétalos,
la deliciosa tierra mojada tras la tormenta, o un gigantesco arco iris pintado
en el lejano horizonte. La fresca fragancia y los sonidos animados de la
primavera se sentían en el aire. La verde hierba estaba ahora más verde, más
limpia, más jugosa. Daban ganas de acariciarla. Está claro que el mal tiempo,
aunque fuera referido al frío, ya había pasado.
Ahora
ya solo nos quedaba lidiar con las inclemencias del tiempo más lluviosas, que
una primavera sin estar pasado por agua no es primavera. La cálida lluvia de
primavera me llenaba de esperanzas. Levanto mi cara hasta el cielo mientras
dejo que mi rostro se salpique de amables gotitas primaverales. Se acercaba la
primavera y con ella la floración de los árboles.
La
palabra Primavera es sinónimo de vida, juventud, sol, aire y con todo lo que
tiene colorido; esto se debe sobre todo por la abundancia de flores
multicolores que hay durante los meses que abarca ésta estación del año. Se
identifica con el tiempo en que una cosas ésta en su mayor vigor, hermosura y
frescura.
Como
es la estación que sigue al invierno, la primavera representa un cambio del
clima que se refleja en las plantas, porque aparecen numerosas flores vistiendo
alegres y llamativos colores acompañados de sugestivas fragancias.
En
las personas podemos notar igualmente el reflejo de una estación colorida y
alegre. Es como despertar de un largo sueño, todo se vuelve de color, el
paisaje se llena de flores.
Mayo
florido y hermoso, mes de María Madre, de fiestas y jolgorio a la vez que se
reza el rosario en esta querida tierra,
como pincelada de devoción a las
Vírgenes y patrones de los pueblos anclados en el la Península Ibérica.
Yo
nací un día de Abril casi cuando el
calendario de ese mes estaba dando el último suspiro, no sé porque, me ha parecido
la fecha de mi nacimiento envuelta en un embrujo especial.
Es
curioso cómo los cambios de estaciones, o las estaciones en sí mismas, me
transportan al pasado: ruidos, sabores, olores, situaciones, noches
estrelladas, o el color rojizo con que el sol tiñe el cielo con cada ocaso,
inevitablemente, ponen ante mí al niño pequeño que fui.
Es
entonces, cuando siento la imperiosa necesidad de escribir, para dejar, así
constancia, de que ese niño, por el que siento un gran cariño, y que hace años,
existió, sigue viviendo dentro de mí.
Es
cierto que la infancia marca. Sobre todo, a medida que nos vamos convirtiendo
en adultos, se van haciendo más presentes los episodios que forman la película
de nuestra primera etapa de vida.
Tal
vez porque en ciertos momentos, necesitamos recurrir a nuestro archivo infantil
para alegrar los difíciles trances, que a lo largo de nuestra existencia, a
veces nos toca soportar; tal vez, porque necesitamos volver a ser niños para
sentirnos seguros y a salvo de cualquier situación que nos pueda ocasionar
algún daño, tal vez, porque nos apetece despertar al niño inquieto que
guardamos en nuestro interior, para poder escudarnos en él, y cometer alguna
travesura, o quizás, simplemente, porque por unos momentos queremos
trasladarnos a aquellos maravillosos años, y hacernos la ilusión de que el
tiempo se ha detenido.
Cuando
me embarga la nostalgia, la tristeza
entra en mí ser como una ráfaga de viento helado y se alberga en mi alma; no sé porque
siempre evoco mi infancia, a aquellos días, a la protección de los brazos
fuertes de mi padre, a los arrumacos de mi madre y a la complicidad de mis
hermanos. Cuanto daría por volver aunque fuera un rato a aquella realidad,
mimetizarme con aquellos recuerdos tan reales como mi existencia. Cuanto daría
por tener la inocencia de un niño que abre los ojos al mundo, con sus cosas
buenas y otras no tan buenas, a las ilusiones y desilusiones, al frío y al
calor, a lo blanco y a lo negro. Cuanto daría por sentir, oír, tocar, saborear
mis años pretéritos, ahora solo me conformo con la llama del recuerdo alumbrado
mi alma.
Hoy,
y con los recuerdos bullendo en mi cabeza, derramándose agitadamente y llegando
a mi corazón como la lava de un volcán que acabara de entrar en explosión,
quiero agradecer tantas cosas; quiero devolver mi amor en estas líneas a todas
aquellas personas que han hecho posible que hoy con mi cabellera cana, anhele
mi infancia; el cariño incondicional que me regalaron mis padres; las riñas con
mis hermanos y sus desvelos protectores. Mayo del 2015 está dando sus últimas
bocanadas, se muere irremediablemente hasta dentro de un nuevo nacimiento en el
año próximo. Hoy quiero recordar los brazos protectores de mi padre, los
arrumacos de mi madre hoy quiero recordar tantas, tantas cosas…
XV
Domingo de Ramos
El
Domingo de Ramos marcaba y marca el principio de la Semana Santa. Antes de
comenzar la misa, se bendecían los ramos y se iba en procesión partiendo de la
Capilla por parte del poblado. Recuerdo
que algunos removían el montón de ramos buscando el más grande y bonito. Sobre
todo, las mujeres rivalizaban por conseguir el mejor. El ramo bendecido era
llevado a casa para ser colocado en un lugar de honor y se mantenía a lo largo
de todo el año.
El
poblado olía a Semana Santa, se acercaba el día señalado, donde todos los niños
y niñas estrenábamos algo, me refiero al Domingo de Ramos; era el inicio de la
primavera. Por aquellos días existía un dicho: “Domingo de Ramos, quien no
estrene algo, se le caen las manos” y allí estaban nuestras madres, haciendo
equilibrios económicos para poder comprar aquellos zapatos, calcetines,
camisas… y el que podía, hasta estrenaba ese día muda nueva. Todos los de mi
generación sabrá de lo que estoy hablando, algunos con más esfuerzos que otros,
pero casi todos teníamos algo nuevo ese día; aunque fuera unos calcetines
blancos.
Mi
madre nos vestía con sumo cuidado, su frase siempre era después de vestirnos:
“hijos, tened cuidado y no os manchéis”. Aquellos ropas preciosas, a partir de
aquel día; sería usado en todos los días especiales, tendría que durar hasta el
año próximo, que de nuevo el ciclo del estreno se haría presente. Hoy sin
embargo ha cambiado todo tanto, que las tradiciones han quedado relegadas, ya
no hay que esperar a situaciones especiales para estrenar indumentaria; hay tanta ropa en los armarios que incluso es
difícil mantener el orden… ¡Son otros días, otros tiempos!
Una
vez preparados mis hermanos y yo, mis padres también con sus mejores galas,
salíamos de paseo a ver la procesión. Nos reuníamos todos los vecinos en la
capilla y ya se olía a la flor de romero, se rezaba el rosario y todos salíamos
en solemne procesión por las pocas
calles del poblado.
Nunca
tuvimos mucha ropa, porque como crecíamos tan rápido, nuestros padres no
cometían la estupidez de gastar dinero en prendas que se nos quedarían cortas
en poco tiempo. Pero en mi familia, a mí me tocaba heredar las prendas que no
habían sido destruidas por mi hermano
mayor.
Domingo
de Ramos, Semana Santa, eran días muy solemnes, la Semana Santa, en los años
60, se vivía con un recogimiento espiritual que trascendía a todos y a todo… en
las procesiones miraba a lo alto y pensaba en la inmensidad del cielo, y me
sentía tan pequeño, tan pequeño como una gota de agua fría perdida en los
océanos; pero aún me pierdo más cuando pienso en el tiempo, y me pregunto: ¿Qué
es el tiempo realmente? Y se me antoja describirlo como horas, minutos y
segundos encerrados en un reloj, y cuando sigo pensando en las horas pasadas,
esas que quedaron ancladas en algún lugar, no me queda más que pensar que aquellos
segundos de nuestras vidas, quedaron enmarcado en un viejo reloj, que casi en
nuestro olvido quedó guardado en un rincón de la casa, o quizás en el bolsillo
de un viejo abrigo, o tal vez en un antiguo cajón de un mueble ya en desuso.
Entonces
cerraba los ojos y paseaba sobre mis nubes azules, y el espectáculo que
presenciaba me maravillaba; el día estaba gris, el cielo se mostraba encapotado
entre nubes blanquecinas. Éstas corrían
a la velocidad vertiginosa que les marcaba el viento, soplaba con gran furia,
riñendo en su insolencia descarada todo lo que se le pusiera a tiro. Mi
atrevimiento fue mayúsculo al desafiarlo, y una ráfaga violenta rozó el aparato
volador; mi respiración se contuvo por un momento; el miedo me invadía, porque
no soy de volar, prefiero tierra firme; pero si no hay más remedio, alguna que
otra vez desafío la inseguridad y me embarco en la aventura.
Como
he dicho anteriormente, el tiempo no acompañaba al paseo por el cielo; pero
como de todo hay que sacar el lado bueno, miré a mi derecha, hacía arriba, y
descubrí que entre dos grandes nubes azules, se abría un camino, y de él salían
unos rayos plateados que se irradiaban en el mar, formando unas figuras geométricas. Desde la distancia mi imaginación quiso
ver la cara de un ser grandioso; me
recordaba la imagen que representaban a”
Dios” en los libros de texto cuyo tema era la religión católica. Por un
momento, solo por un momento sentí la inmensidad del cielo, del cielo que mis
ascendientes me han enseñado con tanta devoción. En ese instante el miedo que
sentía se disipó y me encontré en una comunión indescriptible con algo tan
superior que envolvió mi alma. Al
momento, viaje por unos instantes a mi tierna infancia, y me encontré
con mi madre; ella, con el empaque que la caracterizaba me hablaba del” Dios Creador y de su de su hijo Jesús”, y me acordé de la plegaria
que me hacía decir todas las noches: “Jesusito de mi vida, eres niño como yo
por eso te quiero tanto y te doy mi corazón, ¡tómalo, tómalo, tuyo es y mío no!
Después cogía mi pequeña mano y guiándomela me santiguaba, terminando con un
amén y un beso suyo en mi mejilla.
Mi
madre, mujer piadosa gustaba de contarnos historias, que yo agradecía mucho, a
mí me gustaba escucharla y nunca tenía bastante; siempre quería que me contará
más y más. He de reconocer que me han
gustado siempre los cuentos y leyendas,
quizás de ahí venga mi afición a la lectura.
XVI
El
mes de María
Mayo
es el mes primaveral por excelencia, en el que se alternan los días soleados
con los nublados pasajeros, comienza el calor por nuestra tierra. Es un mes que
me trae bonitos y entrañables recuerdos.
Mayo
es el mes de las flores, de la primavera. También, Mayo es el mes en el que
todos recuerdan a su madre y las flores son el regalo más frecuente de los hijos
para agasajar a quien les dio la vida. En mi niñez, el día de la madre igual
que hoy en día tenía gran importancia, pero muy lejos del consumismo y
bombardeo de anuncios a que nos someten los grandes almacenes. Entonces, como
mucho a tu madre le regalabas algo sencillo normalmente hecho en el colegio y
por supuesto mucho amor.
La
primavera, era también el mes de María, rezábamos todas las tardes después del
colegio, durante el mes de Mayo, el llamado “mes de las flores”, que se llama
así, porque con la llegada del buen tiempo y tras las lluvias invernales, el
campo y los jardines comienzan a cubrirse de un verde intenso y de los colores
y aromas de las flores. Es el apogeo de la primavera. Desde la edad media se
consagró el “mes de las flores” a la Virgen María para rendir culto a las
virtudes y bellezas de la Madre de Dios.
En
esas tardes de Mayo, los niños y niñas salíamos desde la escuela hasta la
capilla directamente desde nuestra clase. Ordenadamente formábamos dos gruesas filas; una a la derecha y otra a la
izquierda, y dejábamos un pasillo central.
La
capilla estaba iluminada por completo. La Virgen del Carmen en el centro estaba
radiante. Cuando la mirabas mucho tiempo seguido parecía que ella solo tenía
ojos para ti. Por unos minutos te parecía que eras mejor.
Siempre
recuerdo a mí madre, con el velo que entonces todas las mujeres llevaban sobre
su cabeza para estar en la iglesia, cantando con devoción:
Venid
y vamos todos
con
flores a porfía,
con
flores a María
que
Madre nuestra es.
De
nuevo aquí nos tienes
purísima
doncella,
más
que la luna bella,
postrados
a tus pies.
Además,
el mes de Mayo es el mes más hermoso del año escolar: comienza esa primavera un
poco rara y tan propia de mi tierra, comienzan los vientos de vacaciones, el
azul del cielo se hace más intenso, y sobre todo, en el ambiente espiritual
flota un profundo ambiente de espiritualidad, es un mes de la Madre por
excelencia, es el mes de María. Con entusiasmo cantábamos los niños al caer de
la tarde: es el hermoso mes de María, mes de alegría, anuncio de paz....
También
estaba muy arraigada, en aquellos años, la costumbre de tener vírgenes y santos a los que se les tenia
particular devoción metidos en unos armaritos de madera que abrían unas puertas
delante de las que colocaban velas y que mantenían encendidas por turnos en las distintas casas que las que
lo solicitaban. Hacían novenas o cumplían alguna promesa. Y algunos que tenían
su propia capilla y no la movían nunca
de casa recibían a vecinos o conocidos a rezar el rosario, o a poner alguna
vela…
Final de la 10ª parte
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