martes, 15 de enero de 2013

Baila, Baila, Baila (Dance, Dance, Dance -1988-) de Haruki Murakami




Baila, Baila, Baila (Dance, Dance, Dance -1988-)  

de Haruki Murakami

Mi recomendación para los que quieran leer “Baila, Baila, Baila” es que se lean antes obligatoriamente “La caza del carnero salvaje”. La  historia de “Baila, Baila, Baila” es cerrada en sí misma, pero tiene muchos de los ingredientes de la anterior, personajes que ya salieron y te explicaron quienes eran, lugares ya presentados a los lectores.

Después del atracón de emociones y personajes que fue “1Q84”, el tiempo se alarga, es expande de manera irreal y parece que la magia narrativa de Haruki Murakami no va a regresar nunca más. Afortunadamente para todos los muchos seguidores que somos del intrigante, melancólico y romántico universo de este escritor japonés, existen aún algunos títulos no traducidos al castellano y, de cuando en cuando la editorial Tusquets nos los va ofreciendo como si fueran nuevas puertas que se abren a esos mundos fantásticos que relata. Unas puertas tras las que, al abrirlas, podemos regresar a los parajes oníricos, a los paisajes atormentados y a los protagonistas tan especiales que tras ellas se esconden.

Todos los años hablan de Haruki Murakami como uno de los más sólidos candidatos al Premio Nobel de Literatura. Quizás sea porque actualmente puede ser el escritor más famoso del mundo. Quizás sea porque su prosa ha encontrado caminos llenos de belleza en los que pueblan inolvidables personajes atormentados que siempre buscan soluciones a sus problemas emocionales con un pie en la realidad y otro en el sueño. Quizás puede ser porque Murakami ha renovado la literatura utilizando argumentos universales y eternos como el amor, el deseo y la necesidad de soñar y ser soñado por otros.

“No encuentro el punto de partida.

Estoy anclado al pie de un alto muro,

La pared que me rodea, es resbaladiza como la superficie de un espejo.

No hay nada a lo que echar la mano, nada a lo que agarrarse.

Estoy perdido”.

Escrita en 1988, poco después de “Tokio blues”, Norwegian Wood (Tusquets, 2005), el libro que le catapultó internacionalmente, llega ahora la traducción al castellano de “Baila, baila, baila”, otra de sus aventuras inquietantes y preciosistas que, una vez comenzada, es difícil de dejar de leer hasta el final.

Murakami es, aparte de escritor, un corredor nato, y ya lo deja patente en su autobiografía y ensayo «De qué hablo cuando hablo de correr», y en esta premisa basa a su personaje, que siempre tienen mucho o poco de él. En concreto es un redactor freelance que poco a poco se va acercando a la mitad de su vida, y se siente tan vacío que precisa volver a su pasado para reencontrarse a sí mismo.

En ella, el joven periodista siente que algo le llama interiormente y en sus sueños para que regrese a un viejo hotel en el que estuvo alojado unos años antes junto a una fascinante mujer con la que convivió tan solo una semana y a la que no volvió a ver nunca más. Desde ese momento, la realidad y la irrealidad flirtearán con los pensamientos del protagonista, que irá conociendo a distintos hombres y mujeres, que parecen ser piezas clave en ese camino que sus sueños le indican y que le dirigirá hacia algún lugar que desconoce pero al que irremediablemente tendrá que llegar.

Esa es, precisamente, una de las grandes cualidades de la literatura de Murakami, también presente en este título: la construcción de personajes. En pocas páginas logra que nos sintamos cercanos a ellos, por muy surrealistas o fantásticas que sean las situaciones en las que los coloca. Como una filigrana oriental, Murakami talla finamente los caracteres y las relaciones entre ellos para que el conjunto esté conectado de manera fantástica.

No puedo decir si este “Baila, baila, baila” es mejor o peor que otros títulos del escritor. Lo que sí sé es que, como los otros (cada uno de una forma muy especial), logra atrapar al lector con su capacidad para lanzarlo a otro universo que, quizás, no sea más que este que creemos real visto, tan solo, desde un enfoque diferente.

“Miré el reloj. Eran casi las cuatro.

Faltaba apenas una hora para que amaneciera.

Una hora en la que los pensamientos se vuelven profundos y se comban”.

Unas cuantas copas (espaciadas) y, como es habitual en los libros de Murakami, la música que se incluye en este texto (¡deberían publicar el libro con un cd acompañándolo!) puede ser la mejor compañía para dejarnos caer en las redes de “Baila, baila, baila” de las que quizás despertemos al acabar (o quizás, no).

Estamos en los 80 y se nota: usan cintas de cassette en el coche, la música que contienen es totalmente ochentera, no hay móviles, se usa contestador y el vocabulario usado por los jóvenes es propio de la época. Es menos atemporal que la anterior, se nota más en qué momento fue escrita (en 1988, sorprende ver cuánto se ha tardado en traducir)

Nuestro protagonista no tiene un rumbo definido en su vida. Ya no está con la modelo de orejas, a la que en este libro pone nombre (Kiki), tiene una vida solitaria y aburrida en Tokio. Siente la necesidad de volver a Sapporo en busca del Hotel Delfín de la primera aventura, por lo que decide emprender el viaje. Cuando llega a la ciudad, encuentra que el Hotel Delfín ya no existe y ha sido sustituido por un macro hotel llamado Dolphin Hotel. ¿Coincidencia? En las obras de Murakami no existen las coincidencias. En este aspecto me ha recordado mucho a Auster.

Pregunta, investiga, realiza rondas de preguntas incómodas para averiguar el porqué de la desaparición del otro hotel, y el porqué de usar casi el mismo nombre. Hasta que da con una recepcionista que está dispuesta a darle respuestas. Y no sólo le da respuestas, sino que le cuenta un episodio muy misterioso que sufrió en el hotel: una planta del hotel a oscuras, con olor a moho, una sala iluminada al fondo con una vela, una presencia extraña...

Nuestro narrador se acerca cada vez más a la recepcionista, le gusta, es guapa y tiene un toque sexy con sus gafas. Pero en un momento dado debe regresar a Tokio. Aprovechando su viaje, la recepcionista le pide un favor: si puede acompañar a Yuki, una niña de 13 años que debe viajar sola hasta Tokio también. Acepta y de esta compañía surgirá más que una compañera de viaje.

Los personajes vuelven a ser pocos, y esta vez con nombre. Nuestra recepcionista Yumiyoshi, la adolescente Yuki, su madre Ame, su padre Makimura, Kiki la modelo de orejas, Mei la prostituta y Gotanda. Gotanda es un antiguo amigo del protagonista que reaparece y llena la vida de nuestro amigo con su amistad, al igual que sucede con Yuki.

Todo parece un puzle que poco a poco va casando. Los personajes van apareciendo y encontrándose por un motivo, todo conduce a algo y todo ocurre por alguna razón.

En esta novela la parte sobrenatural aparece más mezclada con los sueños y premoniciones, en ocasiones no se distingue la realidad del sueño. Eso por una parte confunde al lector, pero por otra hace que sea más sencillo comprender la trama que atribuyendo todo a un mundo real.

Creo que nunca había leído a un autor con el que siento que divaga y que me haya atraído tanto. No es que estuviera enganchado a la historia, sino a cómo me hacía sentir, al fluir de las palabras y los encuentros entre los personajes. Es difícil de explicar, pero en conjunto me ha gustado bastante. Y me ha hecho pensar en ella mientras no la leía, lo que creo que es uno de los grandes méritos de una trama.

“Cada vez el que invierno da paso a la primavera,

pienso en los misterios del universo.

Y todos los años, sin falta,

percibo el olor de la primavera, no se por qué.

Un aroma tenue, sutil, siempre el mismo”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario