Baila, Baila, Baila (Dance, Dance, Dance
-1988-)
de Haruki Murakami
Mi
recomendación para los que quieran leer “Baila, Baila, Baila” es que se lean
antes obligatoriamente “La caza del carnero salvaje”. La historia de “Baila, Baila, Baila” es cerrada
en sí misma, pero tiene muchos de los ingredientes de la anterior, personajes
que ya salieron y te explicaron quienes eran, lugares ya presentados a los
lectores.
Después del
atracón de emociones y personajes que fue “1Q84”, el tiempo se alarga, es
expande de manera irreal y parece que la magia narrativa de Haruki Murakami no
va a regresar nunca más. Afortunadamente para todos los muchos seguidores que
somos del intrigante, melancólico y romántico universo de este escritor
japonés, existen aún algunos títulos no traducidos al castellano y, de cuando
en cuando la editorial Tusquets nos los va ofreciendo como si fueran nuevas
puertas que se abren a esos mundos fantásticos que relata. Unas puertas tras
las que, al abrirlas, podemos regresar a los parajes oníricos, a los paisajes
atormentados y a los protagonistas tan especiales que tras ellas se esconden.
Todos los años
hablan de Haruki Murakami como uno de los más sólidos candidatos al Premio
Nobel de Literatura. Quizás sea porque actualmente puede ser el escritor más
famoso del mundo. Quizás sea porque su prosa ha encontrado caminos llenos de
belleza en los que pueblan inolvidables personajes atormentados que siempre
buscan soluciones a sus problemas emocionales con un pie en la realidad y otro
en el sueño. Quizás puede ser porque Murakami ha renovado la literatura
utilizando argumentos universales y eternos como el amor, el deseo y la
necesidad de soñar y ser soñado por otros.
“No encuentro el punto de partida.
Estoy anclado al pie de un alto muro,
La pared que me rodea, es resbaladiza como la
superficie de un espejo.
No hay nada a lo que echar la mano, nada a lo que
agarrarse.
Estoy perdido”.
Escrita en
1988, poco después de “Tokio blues”, Norwegian Wood (Tusquets, 2005), el libro
que le catapultó internacionalmente, llega ahora la traducción al castellano de
“Baila, baila, baila”, otra de sus aventuras inquietantes y preciosistas que,
una vez comenzada, es difícil de dejar de leer hasta el final.
Murakami es,
aparte de escritor, un corredor nato, y ya lo deja patente en su autobiografía
y ensayo «De qué hablo cuando hablo de correr», y en esta premisa basa a su
personaje, que siempre tienen mucho o poco de él. En concreto es un redactor
freelance que poco a poco se va acercando a la mitad de su vida, y se siente
tan vacío que precisa volver a su pasado para reencontrarse a sí mismo.
En ella, el
joven periodista siente que algo le llama interiormente y en sus sueños para
que regrese a un viejo hotel en el que estuvo alojado unos años antes junto a
una fascinante mujer con la que convivió tan solo una semana y a la que no
volvió a ver nunca más. Desde ese momento, la realidad y la irrealidad
flirtearán con los pensamientos del protagonista, que irá conociendo a distintos
hombres y mujeres, que parecen ser piezas clave en ese camino que sus sueños le
indican y que le dirigirá hacia algún lugar que desconoce pero al que
irremediablemente tendrá que llegar.
Esa es,
precisamente, una de las grandes cualidades de la literatura de Murakami,
también presente en este título: la construcción de personajes. En pocas
páginas logra que nos sintamos cercanos a ellos, por muy surrealistas o
fantásticas que sean las situaciones en las que los coloca. Como una filigrana
oriental, Murakami talla finamente los caracteres y las relaciones entre ellos
para que el conjunto esté conectado de manera fantástica.
No puedo decir
si este “Baila, baila, baila” es mejor o peor que otros títulos del escritor.
Lo que sí sé es que, como los otros (cada uno de una forma muy especial), logra
atrapar al lector con su capacidad para lanzarlo a otro universo que, quizás,
no sea más que este que creemos real visto, tan solo, desde un enfoque
diferente.
“Miré el reloj. Eran casi las cuatro.
Faltaba apenas una hora para que amaneciera.
Una hora en la que los pensamientos se vuelven
profundos y se comban”.
Unas cuantas
copas (espaciadas) y, como es habitual en los libros de Murakami, la música que
se incluye en este texto (¡deberían publicar el libro con un cd acompañándolo!)
puede ser la mejor compañía para dejarnos caer en las redes de “Baila, baila,
baila” de las que quizás despertemos al acabar (o quizás, no).
Estamos en los
80 y se nota: usan cintas de cassette en el coche, la música que contienen es
totalmente ochentera, no hay móviles, se usa contestador y el vocabulario usado
por los jóvenes es propio de la época. Es menos atemporal que la anterior, se
nota más en qué momento fue escrita (en 1988, sorprende ver cuánto se ha
tardado en traducir)
Nuestro protagonista
no tiene un rumbo definido en su vida. Ya no está con la modelo de orejas, a la
que en este libro pone nombre (Kiki), tiene una vida solitaria y aburrida en
Tokio. Siente la necesidad de volver a Sapporo en busca del Hotel Delfín de la
primera aventura, por lo que decide emprender el viaje. Cuando llega a la
ciudad, encuentra que el Hotel Delfín ya no existe y ha sido sustituido por un
macro hotel llamado Dolphin Hotel. ¿Coincidencia? En las obras de Murakami no
existen las coincidencias. En este aspecto me ha recordado mucho a Auster.
Pregunta,
investiga, realiza rondas de preguntas incómodas para averiguar el porqué de la
desaparición del otro hotel, y el porqué de usar casi el mismo nombre. Hasta
que da con una recepcionista que está dispuesta a darle respuestas. Y no sólo
le da respuestas, sino que le cuenta un episodio muy misterioso que sufrió en
el hotel: una planta del hotel a oscuras, con olor a moho, una sala iluminada
al fondo con una vela, una presencia extraña...
Nuestro
narrador se acerca cada vez más a la recepcionista, le gusta, es guapa y tiene
un toque sexy con sus gafas. Pero en un momento dado debe regresar a Tokio.
Aprovechando su viaje, la recepcionista le pide un favor: si puede acompañar a
Yuki, una niña de 13 años que debe viajar sola hasta Tokio también. Acepta y de
esta compañía surgirá más que una compañera de viaje.
Los personajes
vuelven a ser pocos, y esta vez con nombre. Nuestra recepcionista Yumiyoshi, la
adolescente Yuki, su madre Ame, su padre Makimura, Kiki la modelo de orejas,
Mei la prostituta y Gotanda. Gotanda es un antiguo amigo del protagonista que
reaparece y llena la vida de nuestro amigo con su amistad, al igual que sucede
con Yuki.
Todo parece un
puzle que poco a poco va casando. Los personajes van apareciendo y
encontrándose por un motivo, todo conduce a algo y todo ocurre por alguna
razón.
En esta novela
la parte sobrenatural aparece más mezclada con los sueños y premoniciones, en
ocasiones no se distingue la realidad del sueño. Eso por una parte confunde al
lector, pero por otra hace que sea más sencillo comprender la trama que
atribuyendo todo a un mundo real.
Creo que nunca
había leído a un autor con el que siento que divaga y que me haya atraído
tanto. No es que estuviera enganchado a la historia, sino a cómo me hacía
sentir, al fluir de las palabras y los encuentros entre los personajes. Es
difícil de explicar, pero en conjunto me ha gustado bastante. Y me ha hecho
pensar en ella mientras no la leía, lo que creo que es uno de los grandes
méritos de una trama.
“Cada vez el que invierno da paso a la primavera,
pienso en los misterios del universo.
Y todos los años, sin falta,
percibo el olor de la primavera, no se por qué.
Un aroma tenue, sutil, siempre el mismo”.
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