jueves, 6 de diciembre de 2012

Las cuatro estaciones - 4ª parte - Otoño (1ª parte) - La escuela






LAS CUATRO ESTACIONES



4ª parte




OTOÑO (1ª parte)



“Otoño, estación bella si las hay, reposada, lánguida, inspiradora...”

Otoño...
con frescos amaneceres,
rumor de pájaros,
sueños adormecidos.


El tic tac del reloj nos marca el paso del tiempo, los años pasan demasiado deprisa, sin que nos demos cuenta muchas veces de ello, al fin y al cabo, en cinco años un niño cambia mucho, de mi infancia recuerdo como disfrutaba el paso de las estaciones... era algo mágico y especial, que sugería que hasta lo previsible puede ser sorprendente.

Me gusta que las estaciones se diferencias entre ellas, en invierno que el viento helado corte mi cara, ver nevar, semanas lloviendo, días cortos y tardes maravillosas en casa huyendo del frío. En primavera, que llueva, los jardines se llenen de margaritas, se suavicen las temperaturas, el sol, que poco a poco empieza a calentar un poquito más cuando las nubes dejan que se asome, el despertar tímido de la ciudad, de las personas, el buen humor que lo inunda, como un nuevo renacer. El verano, caluroso, con cielos azules con alguna nube blanca, viento fresco al anochecer, tormentas en días demasiado calurosos. Disfrutar las noches de verano. En otoño, las hojas que caen de los árboles, los rojizos de los montes y bosques, las lluvias que vuelven, las temperaturas que bajan, los días que se acortan. Sí, cada una es diferente, si tuviera que elegir no conseguiría quedarme con ninguna, cada una tiene algo diferente, que la hace especial.

Se había marchado el verano y sobre el suelo, el otoño mostraba sus primeras hojas caídas. La tarde estaba avanzada, y se ocultaban los últimos rayos anaranjados del sol.

Hoy me siento extraño, el viento que suave sopla, ha traído a mi memoria el recuerdo de agradables años por mí vividos.

Es éste un aire de otoño, que sin llegar a ser desagradable, refresca y te hace desear estar confortablemente refugiada en tu rincón favorito. No llega a producir frío, pero te sobrecoge, mece las hojas viejas de los árboles hasta arrancarlas de las ramas, cubriendo el suelo con una gran alfombra de tonos amarillentos y marrones.

Parece que con cada ráfaga me invite a evocar diferentes escenas de mi niñez, que a menudo vuelve a mi mente. El viento que suave sopla, ha traído a mi memoria el recuerdo de agradables años por mí vividos.

La nueva estación trae las primeras aguas, frescas y limpias, vienen a calmar mis ánimos, a relajar mi espíritu y mi cuerpo, que saturado de tanta calor, no soporta por más tiempo el sol abrasador, dejando su huella, en el asfalto, arrancando a la tierra esa sinfonía de perfumes que adoro, renovando todo lo que estaba usado: el aire, los pensamientos, las ideas, sosegando los sueños; regalando a los campos colores nuevos, la lluvia llega como un bálsamo, y renazco con ella.

Cuando el otoño se fundía con el invierno, a menudo salía con mi hermano a la parte de atrás de mi casa donde estaban los corrales y un terraplén muy frondoso, nos gustaba recoger musgo y sobre todo hierba buena.

El terraplén lucía grandes trozos cubiertos de pequeños brotes de hierba que iban apareciendo paulatinamente. Era una extensión de terreno bastante grande y  que bajaba de forma muy pronunciada en dirección al río, tres inmensos árboles daban sombra a mi casa.

Eran esos días en que ya el aire ha cambiado su calidez por frescas ráfagas, y el cielo se mostraba nublado, aunque a pesar de ello de vez en cuando, asomaba un sol que calentaba bastante. Realmente a mí me daba igual si el sol era más o menos intenso, lo que verdaderamente me importaba, era que hubiera muchas nubes; hermosas y grandes nubes, mis nubes azules, cuantas más, mejor.

La vida de los niños transcurría prácticamente en la calle, y no es que fuéramos “niños de la calle”, que es cosa bien distinta, ya que alguno podría pensar que nuestros padres se despreocupaban de nosotros. La calle era nuestra segunda casa, y en ocasiones, especialmente en los meses de verano, bien podría decirse que era nuestra propia casa. Ni que decir tiene que eran otros tiempos, ni mejores ni peores que los actuales, simplemente fueron “los nuestros”.

Y en la calle no sólo jugábamos, sino que también aprendimos las cosas buenas y las que no lo eran tanto. Y para que el amable lector se centre, le diré que estoy hablando de los años que transcurren desde finales de los “cincuenta” hasta los primeros años “setenta”. Naturalmente, del siglo pasado.

Para muchos el otoño es triste, los colores ya no son los chillones de la primavera. El otoño marcaba el principio del año, con el comienzo de las clases, todo es nuevo y excitante, es época de cambios. Las hojas de muchas especies de árboles y arbustos se tiñen de colores, el suelo se llena de hojas secas y el devenir crujiente de mis pasos de niño, no pasaba aún de  los zapatos heredados de mi hermano, número 35.



La escuela






VII

El otoño, era el comienzo del curso escolar, la vuelta al cole, era la vuelta antes la "vuelta a la escuela".

Mis primeros recuerdos escolares, esos breves retazos, atemporales..., más bien, imágenes aisladas, inconexas, envueltas en la neblina de la lejanía, se remontan a 1958, apenas tenía 6 años.

La Escuela, era una escuela muy distinta a la de ahora. Era la escuela de la fotografía de Franco, con su uniforme de Capitán General y José Antonio Primo de Rivera, el reloj se encontraba situado en la pared central, junto a un precioso y austero crucifijo.

Al ser un colegio de la empresa y con tan pocos alumnos, la escuela era de niños y niñas. De esta manera, a mis siete años, conviví en la escuela con otros muchachos y muchachas hasta de 10 u 11 años. ¿Cómo nos organizaba la señorita Maruja?, nos distribuía por grupos e iba dedicando un rato a cada grupo, la verdad, es que lo tenía muy bien organizado, todos estábamos bien atendidos y pasamos muy bien preparados al colegio interno de Cofrentes, una vez terminada la primaria.





 
"Con mis compañeros y la Señorita Maruja"


 "Nuestra escuela"

En ella descubrimos que España limitaba al Norte con el mar Cantábrico, que los Pirineos nos separan de Francia, sus montañas y los principales ríos del país.

“El Miño nace en Fuente Miña, provincia de Lugo, pasa por Lugo, Orense y Pontevedra…”

Aún resuenan en mis oídos la musiquilla, siempre igual, siempre la misma, con que intentábamos aprender las diferentes materias escolares. Era la misma musiquilla para todas las asignaturas. Lo mismo servía para Religión, que para Geografía; para Aritmética, que para la Formación Social y Familiar.



El día comenzaba sin apenas quererlo, deseando seguir arropado por las sábanas y la manta, se oía de repente un despertador desde la habitación de mis padres. Rápidamente se paraba y comenzaba a oírse en una radio las noticias de Radio Nacional de España. Era inevitable, un nuevo día de colegio comenzaba. Pronto se oían los pasos que se encaminaban hacia nuestro cuarto y la puerta se abría sin contemplaciones y unas voces, de momento calmadas, nos invitaban a levantarnos, tanto mi hermano como yo, aguantábamos inmóviles, como si no fuera verdad lo que estaba sucediendo, para ver si había suerte y no volvía nuestra madre.



"Nuestra escuela por dentro"



Las clases comenzaban con la oración, una vez que todos los alumnos, tras saludar con el "Ave María Purísima" de siempre, habían ocupado sus lugares. En la sesión de la mañana se estudiaba siempre las materias pesadas, Matemáticas, Cálculo, Lenguaje, mientras la Señorita Maruja explicaba la lección del día, otros grupos realizaban las cuentas puestas en la pizarra, corregían los deberes, etc. Por las tardes, se trataban otras materias más suaves como Geografía, Historia, Ciencias, o hacíamos dictados; y sobre todo, se hacía la lectura conjunta e individualmente.
Sobre el pupitre, el plumier, el tintero, la plumilla, el papel secante, un cuaderno de una raya, un lápiz, un cuaderno de caligrafía, una caja de lápices de colores “Alpino”, el Catecismo, la tabla de multiplicar y según la edad, el Parvulito o la Enciclopedia Álvarez.


VIII
El Parvulito y La Enciclopedia Álvarez

Recuerdo vagamente el libro El Parvulito, ideado para niños de 6 a 7 años y por lo tanto previo al primer grado de la Enciclopedia, que seguía un esquema similar al de ésta, aunque más simplificado.


"El Parvulito", un libro con poco más de un centenar de páginas y muchas lecturas, ahora, pagas por un montón de tomos llenos de dibujos que apenas traen texto. En El Parvulito, no había que colorear, que para eso teníamos cuadernos. Es verdad, que sus historias eran presentadas de forma muy ingenua, pero era de lectura sencilla, clara, concisa, extraordinariamente pedagógico y enseñaba unos valores que hoy en día por desgracia no se enseñan.



JUSTO Y PASTOR

“En cierta ocasión, dos niños de Alcalá de Henares, llamados Justo y Pástor, se negaron a adorar a los dioses falsos de los romanos. Dijeron: Somos cristianos y sólo adoraremos al Dios verdadero.
El jefe romano trató primero de convencerles; después, mandó que los azotasen. Pero Justo y Pastor, lejos de coger miedo, estaban alegres y dispuestos a morir por Cristo.

Al ver esto, el jefe romano se enfadó muchísimo y mandó que les cortasen la cabeza.”



Tras El Parvulito, la Enciclopedia Álvarez, del mismo autor Don Antonio Álvarez. La obra que le hizo famoso y con la que hemos estudiado varias generaciones de españoles, era un buen manual escolar que recogía de forma ordenada y sistemática todos los epígrafes del plan de estudios vigente. A la religión, se le daba la misma importancia que a la gramática o las matemáticas, pero hay que recordar que eran los finales de los años cincuenta, comienzo de los sesenta y la educación era de acuerdo con la doctrina católica. Pero lo cierto, es que se estudiaba mucho, había menos ilustraciones y más ejemplos. Los libros de ahora son más visuales. Hoy en día, los niños y niñas acuden a clase con las espaldas encorvadas por el peso de los libros de texto y otros materiales sin los cuales, por lo visto, no es posible cursar la enseñanza moderna. Los planes de estudio están saturados de asignaturas cada una de las cuales requiere su propio manual, uno o dos cuadernos de trabajo….todo ello, para acabar aprendiendo menos que nosotros.
Inolvidables aquellos cuadernos "Rubio", "mi cartilla", etc. Con estos cuadernos escolares nos iniciamos muchos niños y niñas de la época en la escritura, unos eran conocidos como caligrafías; había de distintos niveles de dificultad, según el número que aparecía en la portada del cuaderno: del número 01, al 04 escritura vertical para párvulos, con minúsculas, dibujo…



A las 11, el recreo, los niños formábamos dos equipos de fútbol y empleábamos principalmente el tiempo en nuestros partidos, las chicas en un apartado con sus juegos. A veces, no nos acordábamos de almorzar para poder aprovechar el tiempo al máximo. Estábamos mas tiempo recogiendo el balón, que jugando, uno de los laterales, era un barranco bastante extendido dirección al río, repleto de matojos y matorrales, cada vez que el balón caía se perdía bastante tiempo en ir a recogerlo. Las porterías eran la puerta de la escuela y la de la casa de la Señorita Maruja, que estaban una enfrente a la otra.

Siempre era el portero del equipo de mi hermano, cada uno de nosotros, tomaba el nombre de algún jugador conocido al que admiraba, mi hermano era el mítico delantero centro del Valencia Paredes, gran rematador de cabeza, y yo tenía auténtica devoción por el gran guardameta de la Real Sociedad y más tarde del Real Madrid, Araquistaín.





“Lorencito y su bastón”

De caballo sirviera a Lorencito

cierto bastón en la niñez inquieta.

mas luego que fue viejecito

hizo con el bastón una muleta.

El bastón es la ciencia; nos divierte

en el albor risueño de la vida

y nos ayuda en la vejez inerte

a llevar la existencia dolorida.



En las escuelas de estos años el mapa de España siempre estaba desplegado sobre la pared. Cada día recitábamos las provincias de todas las regiones. Empezábamos por Galicia diciendo: "Galicia tiene cuatro provincias: La Coruña, Lugo,..." y seguíamos con Asturias para dejar para el final a las Islas Canarias. Era una buena forma para que nunca se nos olvidaran las diversas provincias españolas y sus capitales de provincias.

Como todos los Jueves, la señorita paseaba arriba y abajo con el rosario en las manos, la jornada la finalizábamos con su rezo, lo hacíamos con devoción pero con ganas de terminar, la jornada ya se hacía pesada. El Rosario no es un acto litúrgico, es cierto, pero formaba parte de la religiosidad popular, quizá como ninguna otra devoción, y estaba injertado en el alma del pueblo sencillo. El Rosario es fundamentalmente vivir, meditar y hacer oración. El Rosario es como una corona de azucenas, las azucenas son una de las flores más bellas.


¡Tic Tac!, apenas quedan unos minutos para que las agujas del reloj se posen sobre las cinco y salir corriendo a jugar con los compañeros antes de ir a casa a por la merienda, la clase ha terminado, todos esperamos impacientes a que la señorita Maruja guarde el Rosario en su estuche, antes de dar la salida, de pie junto a su mesa, comprueba si está todo recogido, mientras observa las tres filas de pupitres, la fila de la derecha para los pequeños de seis años, la central de los niños y niñas de siete y ocho años- Guillermo Jimenez, Fidel el de la “Argentina, José Enrique Costa, Santiago Vergara, Andresico, José María Arocas, Joaquinito, Fidel Pérez "Fidelón" en donde me encontraba yo, en el primer banco y la fila de la izquierda donde estaban los mayores de nueve y diez- Enrique Carrión, Joaquín, Emilio Jimenez, mi hermano, Pepe “el gordo”, y que eran la envidia de los más pequeños, ¡quien tuviera esos años, que suerte!. También estaban las chicas con las que compartíamos clases y a veces juegos, Mari Carmen Carrión, Chelo Jimenez, Tere y Margarita Costa, Julia Serrano...





¡Por fin!, finalizada la clase del día, salíamos de la escuela en estampida, esperábamos con impaciencia llegar a casa, coger el pan con… lo que hubiera, a veces chocolate, pan empapado en vino o con leche condensada… e ir a la calle a jugar con los amigos hasta que se ponía el sol.
Todos los sábados aparecía, a media mañana, don Antonio Marin. Don Antonio era el párroco de Millares. Había llegado al pueblo, el año 57. Era un hombre bueno y bondadoso, nos preguntaba el catecismo. Ante alguna burrada teológica, notábamos que le costaba contener una sonrisa.





"La rejilla"

"La rejilla", es un pequeño acueducto que trasvasa el agua que viene desde la central de La Rambla, Cortes de Pallás, hasta el depósito. Un par de veces durante el curso escolar, la señorita Maruja nos llevaba a toda la clase de excursión a pasar el día, con nuestros bocadillos y cantando las canciones de época, "ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras...", "se va mi cordada, se va, se va...", había pequeños riachuelos de agua, donde bebíamos y pasábamos el día jugando, a la cuerda, al escondite... Era un día muy especial para todos, no librábamos de la clase y cambiábamos la rutina diaria.


Recuerdo con gran cariño a la señorita Maruja, agradezco la paciencia que tuvo conmigo, trasmitiéndome con entrega unos valores y conocimientos que todavía no he olvidado. Consciente de su responsabilidad, nunca regateo esfuerzo ni tiempo en su empresa de aconsejar, ayudar y tutelar a ese alumno que se lanza por primera vez al difícil mundo.
Para los más jóvenes, les sorprenderá la gran religiosidad que se vivía en aquella época, era algo normal, natural, la enseñanza de la religión era obligatoria en todas las escuelas, y derecho de la Iglesia a la inspección de la enseñanza de todos los centros. Además el Estado dejó la educación plenamente en manos de la Iglesia. Jamás me sentí presionado, obligado o fui castigado por cuestiones religiosas, al contrario, siempre me sentí cómodo y a gusto, en la escuela o en la iglesia, gracias a esta educación adquirí unos valores que nunca he olvidado y de los que estoy muy orgulloso.

"Con mi hermana Mari Carmen (Lilí)"

Si alguien me pregunta cómo recuerdo mis primeros años escolares, no dudo en decir que los recuerdo con cariño, gratitud, felices. En medio de tantas privaciones y necesidades, pero, felices. O tal vez será lo que llamaba Freud el "olvido activo". Se olvida todo lo desagradable, lastimoso, negativo...



Vídeo:

"Tal como éramos"




Final de la 4ª parte



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