lunes, 10 de abril de 2023

RAMBLA SECA - La epopeya de la electricidad


 


RAMBLA SECA, LA EPOPEYA DE LA ELECTRICIDAD


Infraestructuras. Miles de personas trabajaron entre 1917 y 1922 para construir una central pionera en España. La idea inicial era suministrar energía a Valencia y Madrid pese a las distancias

(F. P. PUCHEDomingo, 13 febrero 2022, 00:41)

 

Cuando la producción y el precio de la energía eléctrica alcanzan características de crisis económica y social, cuando los países toman posiciones estratégicas ante el problema, es obligado recordar que, hace un siglo, la falta de centrales de producción puso en marcha, en tierras valencianas, una verdadera epopeya. Entre 1917 y 1922, miles de trabajadores, en duras condiciones, vivieron una aventura inédita para construir la central eléctrica de Rambla Seca en el cañón del Xùquer, en términos de Cofrentes, Dos Aguas y Cortes de Pallás. Hidroeléctrica Española, antecedente de la actual Iberdrola, realizó una obras capaces de suplir la alarmante falta de energía.

«!Luz, más luz!». Ferdinand, el enviado especial de LAS PROVINCIAS a las obras de la presa, tituló sus crónicas con el conocido grito de un Goethe moribundo. Era, también, el grito desesperado que una España acosada por los problemas derivados de la Guerra Europea empezó a lanzar a finales de 1917, cuando faltaba carbón y la industria tenía que cancelar su actividad. Valencia, en la fría Nochevieja de ese año se quedó sin gas y electricidad, mientras alcalde y gobernador peleaban con sus colegas por conseguir que los barcos cargados con carbón asturiano pudieran traer combustible.




Las empresas que abastecían a la ciudad eran Volta y Electra. Pero la energía disponible en la región, más allá de las pequeñas plantas movidas por calderas de carbón, solo se producía en dos presas de Hidro Eléctrica. La pionera, de 1907, era (y sigue siendo) la del Molinar, en Villar de Ves, Albacete, movida con aguas del Xùquer. Tras ella estaba en explotación, desde 1912, la de Villora, en aguas del Cabriel, provincia de Cuenca. Pero Juan Urrutia, el promotor de la empresa, soñaba con la necesidad de aprovechar desniveles en el curso de estos dos ríos con el fin de llevar energía tanto a Madrid y su área de influencia como al reino de Valencia. La osadía de su propósito, en aquel tiempo, consistía en producir en lugares inhóspitos y alejados y transportar electricidad en trayectos de hasta 250 kilómetros. En 1913, Urrutia compró una concesión no desarrollada y puso en marcha sus planes.

El primer proyecto, en el que había ya prisas, se dedicó a construir el salto en el término de Dos Aguas, aguas abajo del barranco de la Paridera, y la presa en suelo de Cortes de Pallás, en la Rambla del Real. La realidad, tras la inundación de las instalaciones en octubre de 1919, hizo cambiar el punto de la toma de aguas al término de Cofrentes, lo que introdujo la necesidad de construir un gran canal, de 14 kilómetros, desafío colosal para la técnica del momento. Las aguas deberían circular por la margen izquierda, cruzando el terreno mediante canales, casi siete kilómetros de túneles y diversos sifones, hasta la central de producción. Unos 30 metros cúbicos de agua aprovecharían un desnivel final de 74 metros; el agua turbinaría electricidad y devolvería el caudal al río aguas abajo.




Presupuestado en 18 millones de pesetas al principio, el proyecto, el de mayor potencial en la España de aquel momento, terminó reclamando una inversión de más de 70 millones. Se trataba de instalar 76.000 caballos efectivos de potencia, suficiente para abastecer las necesidades de Madrid y la región valenciana, aunque en una primera fase no se iba a usar toda la potencia posible. Los primeros barrenos se hicieron estallar en 1918: cientos de obreros procedentes de las provincias limítrofes, y de otros puntos de España, comenzaron a concentrarse en un tajo que pronto tuvo a su disposición un poblado con tiendas, horno, dos escuelas, cuartel de la guardia civil e incluso una capilla, como en las mejores epopeyas del ferrocarril del Lejano Oeste. Para el acceso de máquinas y materiales se construyeron caminos especiales que garantizaran el suministro desde la estación ferroviaria de Buñol, distante 45 kilómetros.

Toda la aventura se desplegó sin que la prensa pusiera especial atención a las obras. Cuando los cortes de energía movían la polémica en los diarios, cuando la Cámara de Comercio protestaba o las quejas sobre el abandono eléctrico subían de tono, había discretas referencias a la obra que Urrutía tenía en marcha, pero como una lejana promesa. Fueron noticia desgraciada, eso sí, la inundación que lo retrasó todo y obligó a un replanteamiento, y las frecuentes reseñas de accidentes que costaban la vida a obreros en las excavaciones.

Cuando se abordó el replanteamiento, el número de obreros creció: las personas empleadas de las dos contratas que vivían en aquellos solitarios parajes del Xùquer creció hasta llegar a las seis mil. Una de las aventuras culminantes fue el traslado de las grandes máquinas construidas en Estados Unidos: transformadores como casas, turbinas y alternadores como torres... todo se desplazó, embalado en cajas de madera, a bordo de carretones especiales tirados por doce yuntas de bueyes y por camiones de ruedas macizas que se movían como gusanos a lo largo de caminos nuevos, festoneados de precipicios.




La visita de la prensa

Los años 1920 y 1921 fueron quizá los de mayor carencia de electricidad y polémica más dura. La opinión se dividía entre los que ponían su fe en los planes de Urrutia y los que se atenían a una realidad donde los cortes eléctricos movían a cierre de empresas, huelgas y hondo malestar social. El paro y la carestía de los alimentos hicieron crecer una tensión sindical en la que no faltaron los tiroteos.

Con todo, Hidro Eléctrica se sintió finalmente en disposición de dar fechas y anunció que en 1922 sus máquinas podían empezar a producir electricidad. Así, el 28 y 29 de enero, ahora hace un siglo, abrió las puertas a los enviados de todos los diarios de la ciudad, que viajaron primero en automóviles y luego a lomos de mulas hasta la casa de los ingenieros. Juan La Casta, el jefe de las obras, les recibió junto con su ayudante, un Cayetano Úbeda que parecía sacado de un regimiento de Infantería.




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