jueves, 6 de diciembre de 2012

Las cuatro estaciones - 8ª parte - Invierno (1ª parte) - Navidad y Reyes.







LAS CUATRO ESTACIONES
8ª parte




XV

INVIERNO (1ª parte)






“Algo adentro se va muriendo…
El sol ya no saluda con su luz
Ya no quedan árboles con hojas

sólo el gran árbol que nació seco

extiende sus ramas muertas en mi alma.”


Y llegaban los días tristes, grises, melancólicos y el sol intenso pero sosegado de invierno, el cielo se pintaba de gris, un sol que parecía ir poco a poco muriendo y el viento helado pegando sobre nuestras caras cuando volvíamos de la escuela, cruzando el camino que nos conducía a casa, recuerdo el camino de tierra entreverado en los sauces, los belloteros agarrados y retorcidos entre las piedras del camino. Y mis pies iban levantando el polvo de las hojas secas y su aroma se mezclaba en la humedad del clima, con el sol brillante pero sosegado, un sol de invierno muriendo y, entonces la nariz se me empapaba de esos aromas y podía asegurar que era invierno, porque olía a invierno.

Cuando era niño, los inviernos eran interminables. Desde que comenzaba, hasta que la estación llegaba a su fin, eran días enteros en los que la lluvia, viento, tormentas, relámpagos, y a menudo granizo, no daban tregua, cuando amainaba la lluvia, salía el arco iris, el débil sol que tímidamente se asomaba entre las oscuras nubes, apenas escampaba todos los niños y niñas, salíamos en tropel a lanzarnos a la calle como animalillos salvajes, a los que han abierto las puertas de la jaula de par en par.

Los días eran monótonos y todos iguales... Una sucesión de días como  cuentas de collar engarzados con el hilo de la monotonía más absoluta… pero nunca había lugar para el aburrimiento.

Si helaba era genial, porque entonces no todas las calles estaban asfaltadas, y menos en la zona en la que yo vivía. Aquí había charcos, ¡¡charcos enormes!! y esos charcos se helaban y ¡¡patinábamos en ellos!!, en los charcos... Y cuando nos hartábamos de patinar (a duras penas te daba para deslizarte 3 metros, pero éramos pequeños y todo parecía más grande) entonces comprobábamos la dureza del hielo. Piedra o palo  en mano y a romper el hielo. Lo normal era llegar luego a casa mojados, manchados, preocupados de la bronca que nos iba a caer.

Y como no, en Invierno, la Navidad y sus vacaciones. Alrededor de Navidad el poblado mejoraba, se engalanaba de lucecitas, no faltaban en cada casa los belenes, el ambiente familiar era más estrecho...

El final del invierno, traía consigo esos días de aire frío, penetrante y provocador, que nos incitaba a salir a los alrededores de nuestras casas a disfrutar de los grandes espacios, de la naturaleza.

Algunos domingos con mi padre y mi hermano bajábamos hasta el rio, mientras mi madre se quedaba en casa haciendo la comida.

Al regresar a casa, mi madre nos solía tener preparada una "ensaladilla rusa". A mí me gustaba!, raro!, pues en aquella época no comía nada y nada me gustaba. Unas veces con tiras de pimiento, mi madre, ponía el nombre de alguno de nosotros, en ese momento bromeábamos, para saber, cuál de los hermanos era más querido.

Otros domingos, simplemente paseábamos, o nos quedábamos en casa. Mi padre era aficionado a hacer aparatos de radio, y se pasaba los domingos montándolos y que después regalaba a los amigos y vecinos... Los ruidos del dial buscando emisoras, y las canciones de la época me recuerdan aquellos días.


Y llegaba el final del trimestre escolar, las Navidades empezaban  unos días antes de la lotería, yo recuerdo aquellos envoltorios de chocolates Elgorriaga, en los que escribíamos la carta a los Reyes Magos. Todavía no había hecho su aparición Papá Noel.

De esta forma dejábamos el invierno atrás...


XVI


Navidad y Reyes









En aquellos años los días de la Navidad se limitaban a la noche del 24 de diciembre, la Nochebuena, el día 25 la Navidad, el 31 de diciembre Fin de Año y el 6 de enero, día de Reyes. La Nochebuena era el día más entrañable.
Unos días antes de Nochebuena, comenzábamos a sacar las figuritas del Belén, aquellas entrañables figuritas de barro, reparar algunas, confeccionar alguna que otra “casita” o el “molino”, reparar todo y hacer el gran armazón de madera sobre el cual se levantaría el nacimiento. Luego íbamos a las zonas de humedades, al barranco para recoger, helechos y musgos con los que adornar las montañas y los ríos y laderas de nuestro belén. En esas tareas colaborábamos toda la familia, si bien el coger helechos, por lo escarpado del terreno era un privilegio que se nos reservaba a mí junto a mi hermano.
Y así se construía el “Belén” de mi hogar. En familia, en armonía, con ilusión, cariño y el gusto excelente de mi padre quien diseñaba la disposición de todo aquel mundo de fantasía en miniatura, donde no faltaban los pastores, las ovejitas y toda la flora y fauna representativa. Más tarde vino el árbol de Navidad.






Queríamos darle tanto realismo, que inicialmente colocábamos a los tres reyes magos a lomos de sus camellos y precedidos de sus pajes, un poco alejados del pesebre y cada día los acercaba un poco más, siendo el día de Reyes cuando los desmontábamos de los camellos y los poníamos en el pesebre adorando al Niño Jesús.
Cuando el 24 de diciembre, antes de la misa del gallo, eso sí, provistos de pandereta (quien la tuviese) y una botella cristal (las mejores las de anís) y una vieja cuchara para "rascarla" salíamos a la calle y se pedía el "aguinaldo". Cantábamos los villancicos de siempre (Campanas sobre campana, Arre borriquito, Hacia Belén va una burra) fáciles de aprender y de tararear. Recorríamos las casa de los vecinos cantando villancicos, nos llenaban la bolsa, de castañas, mantecados, peladillas, higos secos….que luego repartíamos entre todos.


En la escuela nos enseñaban un poema de Navidad que nosotros recitábamos en familia. Yo aún recuerdo uno de ellos que decía más o menos así: "Ya vienen los reyes por el arenal y al niño le traen oro, pan, vino y pañal. Oro le trae Melchor, incienso Gaspar y mirra le trae Baltasar".
Previamente habíamos celebrado la cena, aquella cena familiar donde comíamos y cantábamos con una alegría especial y que hasta hace poco tiempo no he vuelto a sentir como entonces. El menú solía consistir en un pollo de corral, criado en nuestro corral, asado al horno y relleno, mi padre lo preparaba fenomenal, acompañado de patatas redondas y sidra El Gaitero para los mayores que nunca faltaba. Luego estaban los dulces propios de la Navidad, en mi casa era el reparto que mi madre recogía en el Economato de la Empresa, turrón blando y duro ,higos secos, pasas moscatel, mantecados, pasteles de gloria, figuras de mazapán……que por inusuales eran un delicioso manjar que aún al recordarlo creo rememorar su olor y su sabor inimitable.
El día de Navidad se comía de forma más sencilla y el fin de año era más para la la toma de uvas y para los mayores.
Así eran aquéllas Navidades sencillas pero entrañables que siempre están en el recuerdo. Nada que ver con las de hoy donde somos víctimas de un consumo desmesurado y artificial que no comparto.
El nacimiento, era también el lugar donde la víspera de reyes depositábamos los zapatos. En casa les poníamos hierba para que los camellos de sus majestades comieran.
La noche del 5 de enero, casi no dormíamos. Desde media noche, nos levantábamos y preguntábamos a nuestros padres “¡Mamá, papá!, ¿han venido ya los Reyes?”. Ellos nos mandaban acostarnos de nuevo.
“¡Hasta que no estéis durmiendo, los Reyes no van a venir!”, pero era muy difícil conciliar el sueño. Muy tempranito, por la mañana, corríamos hacía el belén y ¡Oh, maravilla! ¡Allí estaban nuestros regalos!.

Eran juguetes sencillos: una muñeca para mi hermana, una pelota para los chicos, un año, los maravillosos juegos reunidos, ¡todo era sensacional!.





Posiblemente, el juego de mas éxito en aquella época fueron los JUEGOS REUNIDOS, que en el año 1959 su precio era de 26 pesetas. Contaba con varios juegos en sus interior y enseguida fue un éxito en los hogares españoles, no solo para los niños sino también para los mayores. Con el paso de los años la empresa entró en crisis e hizo suspensión de pagos desapereciendo del mercado. Años más tarde una empresa vasca lanzó el juego que no gozó del éxito de los años 60 y 70,dejando también de fabricar el juego, por lo que hoy ya ni existe en el mercado.
Otros juegos populares, eran El juego de la oca y el parchís no faltaba en nuestras casas cuando éramos niños. Era un juego muy socorrido al que se acudía para matar el aburrimiento de las frías noches de invierno. Se podía jugar entre dos o cuatro personas. Hoy las maquinitas de juego han matado a este familiar juego que ya casi nadie se acuerda de él.




Otro de los juguetes a los que a los niños nos gustaba, eran los indios y los vaqueros. Los fuertes eran de madera y los vaqueros (los buenos) a los que atacaban los indios (los malos). Muchos niños disfrutamos mucho con este juego en el que tampoco faltaban las canoas o las tiendas de los indios, siempre me hizo ilusión tener un fuerte y nunca lo conseguí, pero lo tenía Andresico y de vez en cuando jugaba con el.



Salíamos a la calle, casi sin haber aclarado el día, los chiquillos gritando, mostrando los juguetes propios y viendo los que les habían dejado a los vecinos… ¡Era una fiesta!.
Y es que nuestros niños de hoy, tienen juguetes todo el año, tienen demasiadas cosas, dudo que por ello sean más felices que fuimos nosotros.
Eran tiempos de muchas carencias de cosas materiales pero había algo que se está perdiendo, el sentido de familia, el cariño entre las personas donde entraban también los buenos vecinos. Supongo que es el precio que se tiene que pagar por esto tan extraordinario que llamamos “progreso”.


Final de la  8ª parte

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