viernes, 16 de diciembre de 2016

Dos Sacos





Dos Sacos

Una antigua leyenda explica que tres hombres caminaban cargando, cada uno de ellos, con dos sacos sujetos a su cuello. Un saco colgaba por la parte anterior del cuello y el otro por la parte posterior, sobre la espalda.

Cuando al primero le preguntaron qué había en sus sacos, dijo:

Todo lo bueno que me han dado mis amigos se halla en el saco de atrás, ahí fuera de la vista. Por eso, al poco tiempo, me olvido de ello. El saco de enfrente, contiene todas las cosas desagradables que me han acontecido, todas las ofensas que me han infligido y, en mi andar, me detengo con frecuencia, extraigo estas cosas y las miro desde todos los ángulos posibles. Me concentro en los elementos de mi saco anterior, los estudio, dirijo todos mis pensamientos y sentimientos hacia ellos.

Su respuesta explicaba por qué el primer hombre avanzaba muy poco en su camino: se detenía siempre para reflexionar sobre cosas desafortunadas que le habían sucedido en el pasado.

Cuando preguntaron al segundo hombre qué era lo que llevaba en sus sacos, él respondió:

En el saco de enfrente, están todas las buenas acciones que he hecho. Las llevo delante de mí y continuamente las ventilo y las exhibo para que todo el mundo las vea. En el saco de atrás llevo cargados todos mis errores, las ofensas y pesares. Cargo siempre con ambos sacos dondequiera que vaya. Es mucho lo que pesan y no me permiten avanzar con rapidez, pero, por alguna extraña razón, no puedo desprenderme de ellos.

Al preguntarle al tercer hombre sobre sus sacos, él contestó:

El saco que llevo delante está lleno de maravillosos pensamientos, acerca de la gente, los actos bondadosos que han realizado y todo lo bueno que he disfrutado en mi vida. Es un saco grande y está lleno, pero no pesa mucho. Su peso es como las velas de un barco, lejos de ser una carga, me ayuda a avanzar. Por otro lado, el saco que acarreo a mis espaldas está vacío, puesto que le he hecho un gran orificio en el fondo. En éste, pongo todo lo malo que escucho sobre los demás y sobre mí mismo. Todas estas cosas van saliendo por el agujero y se pierden para siempre, de modo que no hay peso que me haga más penoso el trayecto.

Podemos elegir el sendero que queremos recorrer. Podemos elegir con qué equipaje viajar. Nosotros decidimos qué cargamos y qué dejamos. Somos responsables de las consecuencias que se derivan de nuestras elecciones.

(La leyenda pertenece a J.M. Templeton,y la adaptación es de Jaume Soler y Maria Mercè Conangla)

domingo, 9 de octubre de 2016

La Isla de las Emociones




La Isla de las Emociones
 
Hubo una vez una isla donde habitaban todas las emociones y todos los sentimientos humanos que existen. Convivían, por supuesto, el Temor, la Sabiduría, el Amor, la Angustia, la Envidia, el Odio. Todos estaban allí. A pesar de los roces naturales de la convivencia, la vida era sumamente tranquila e incluso previsible. A veces la Rutina hacía que el Aburrimiento se quedara dormido, o el Impulso armaba algún escándalo, pero muchas veces la Constancia y la Conveniencia lograban aquietar al Descontento.

Un día, inesperadamente para todos los habitantes de la isla, el Conocimiento convocó una reunión. Cuando la Distracción se dio por enterada y la Pereza llegó al lugar del encuentro, todos estuvieron presentes.

Entonces, el Conocimiento dijo:

Tengo una mala noticia que darles: la isla se hunde.

Todas las emociones que vivían en la isla dijeron:

¡No, cómo puede ser! ¡Si nosotros vivimos aquí desde siempre!

El Conocimiento repitió:

La isla se hunde.

¡Pero no puede ser! ¡Quizá estás equivocado!

El Conocimiento casi nunca se equivoca -dijo la Conciencia dándose cuenta de la verdad-. Si él dice que se hunde, debe ser porque se hunde.

¿Pero qué vamos a hacer ahora? -se preguntaron los demás.

Entonces, el Conocimiento contestó:

Por supuesto, cada uno puede hacer lo que quiera, pero yo les sugiero que busquen la manera de dejar la isla… Construyan un barco, un bote, una balsa o algo que les permita irse, porque el que permanezca en la isla desaparecerá con ella.

¿No podrías ayudarnos? -preguntaron todos, porque confiaban en su capacidad.

No -dijo el Conocimiento-, la Previsión y yo hemos construido un avión y en cuanto termine de decirles esto volaremos hasta la isla más cercana.

Las emociones dijeron:

¡No! ¡Pero no! ¿Qué será de nosotros?

Dicho esto, el Conocimiento se subió al avión con su socia, y llevando de polizón al Miedo, que como no es tonto se había escondido en el motor, dejaron la isla.

Todas las emociones, en efecto, se dedicaron a construir un bote, un barco, un velero… Todas… salvo el Amor.

Porque el Amor estaba tan relacionado con cada cosa de la isla que dijo:
Dejar esta isla… después de todo lo que vivía aquí… ¿Cómo podría yo dejar este arbolito, por ejemplo? Ahh!!…, compartimos tantas cosas…

Y mientras las emociones se dedicaban a fabricar el medio para irse, el Amor se subió a cada árbol, olió cada rosa, se fue hasta la playa y se revolcó en la arena como solía hacerlo en otros tiempos. Tocó cada piedra… y acarició cada rama…

Al llegar a la playa, exactamente desde donde el sol salía, su lugar favorito, quiso pensar con esa ingenuidad que tiene el amor:

Quizá la isla se hunda por un ratito… y después resurja… ¿Porqué no?

Y se quedó durante días y días midiendo la altura de la marea para revisar si el proceso de hundimiento no era reversible…

La isla se hundía cada vez más…

Sin embargo, el Amor no podía pensar en construir, porque estaba tan dolorido que sólo era capaz de llorar y gemir por lo que perdería.

Se le ocurrió entonces que la isla era muy grande, y que aun cuando se hundiera un poco, él siempre podría refugiarse en la zona más alta… Cualquier cosa era mejor que tener que irse. Una pequeña renuncia nunca había sido un problema para él.

Así que, una vez más, tocó las piedritas de la orilla… y se arrastró por la arena… y otra vez se mojó los pies en la pequeña playa que otrora fue enorme…

Luego, sin darse cuenta demasiado de su renuncia, caminó hacia la parte norte de la isla, que si bien no era la que más le gustaba, era la más elevada…

Y la isla se hundía cada día un poco más…

Y el Amor se refugiaba cada día en un espacio más pequeño…

Después de tantas cosas que pasamos juntos… -le reprochó a la isla.

Hasta que, finalmente, sólo quedó una minúscula porción de suelo firme; el resto había sido tapado completamente por el agua.


Justo en ese momento, el Amor se dio cuenta de que la isla se estaba hundiendo de verdad. Comprendió que, si no dejaba la isla, el amor desaparecería para siempre de la faz de la Tierra…

Caminando entre senderos anegados y saltando enormes charcos de agua, el Amor se dirigió a la bahía.

Ya no había posibilidades de construirse una salida como la de todos; había perdido demasiado tiempo en negar lo que perdía y en llorar lo que desaparecía poco a poco ante sus ojos.

Desde allí podría ver pasar a sus compañeros en las embarcaciones. Tenía la esperanza de explicar su situación y de que alguno de sus compañeros le comprendiera y le llevara.

Observando el mar, vio venir el barco de la Riqueza y le hizo señas. La Riqueza se acercó un poquito a la bahía.

Riqueza, tú que tienes un barco tan grande, ¿no me llevarías hasta la isla vecina? Yo sufrí tanto la desaparición de esta isla que no pude fabricarme un bote…

Y la Riqueza le contestó:

Estoy tan cargada de dinero, de joyas y de piedras preciosas, que no tengo lugar para ti, lo siento… -y siguió su camino sin mirar atrás.

El Amor siguió observando, y vio venir a la Vanidad en un barco hermoso, lleno de adornos, caireles, mármoles y florecitas de todos los colores. Llamaba mucho la atención.

El Amor se estiró un poco y gritó:

¡Vanidad… Vanidad… Llévame contigo!

La Vanidad miró al Amor y le dijo:

Me encantaría llevarte, pero… ¡Tienes un aspecto!… ¡Estás tan desagradable… tan sucio y tan desaliñado!… Perdón, pero creo que afearías mi barco -y se fue.

Y así, el Amor pidió ayuda a cada una de las emociones. A la Constancia, a la Serenidad, a los Celos, a la Indignación y hasta al Odio. Y cuando pensó que ya nadie más pasaría, vio acercarse un barco muy pequeño, el último, el de la Tristeza.

Tristeza, hermana -le dijo-, tú que me conoces tanto, tú no me abandonarías aquí, eres tan sensible como yo… ¿Me llevarías contigo?

Y la Tristeza le contestó:

Yo te llevaría, te lo aseguro, pero estoy taaaaaaaaan triste… que prefiero estar sola. -Y sin decir más, se alejó.

Y el Amor, pobrecito, se dio cuenta de que por haberse quedado ligado a esas cosas que tanto amaba, él y la isla iban a hunidrse en el mar hasta desaparecer.

Entonces, se sentó en el último pedacito que quedaba de su isla a esperar el final…

De pronto, el Amor escuchó que alguien chistaba:

Chst-chst-chst…

Era un desconocido viejito que le hacía señas desde un bote de remos. El Amor se sorprendió:

¿A mí? -preguntó, llevándose una mano al pecho.

Sí, sí -dijo el viejito-, a ti. Ven conmigo, súbete a mi vote y rema conmigo, yo te salvo.

El Amor le miró y quiso darle explicaciones:

Lo que pasó fue que me quedé…

Entiendo -dijo el viejito sin dejarle terminar la frase-, sube.

El Amor subió al bote y juntos empezaron a remar para alejarse de la isla. No pasó mucho tiempo antes de ver cómo el último centímetro que quedaba a flote terminó de hundirse y la isla desaparecía para siempre.

Nunca volverá a existir una isla como ésta -murmuró el Amor, quizá esperando que el viejito le contradijera y le diera alguna esperanza.

No -dijo el viejo- como ésta, ninguna.

Cuando llegaron a la isla vecina, el Amor comprendió que seguía vivo. Se dio cuenta de que iba a seguir existiendo.

Giró sobre sus pies para agradecerle al viejito, pero éste, sin decir una palabra, se había marchado misteriosamente como había aparecido.

Entonces, el Amor, muy intrigado, fue en busca de la Sabiduría para preguntarle:

¿Cómo pudo ser? Yo no lo conozco y me salvó… Nadie comprendía que me hubiera quedado sin embarcación, pero él me ayudó, él me salvó y yo ni siquiera sé quién es…

La sabiduría lo miró a los ojos un buen rato y dijo:

Él es el único capaz de conseguir que el amor sobreviva cuando el dolor de una pérdida le hace creer que es imposible seguir adelante. El único capaz de darle una nueva oportunidad al amor cuando parece extinguirse. El que te salvó, Amor, es el Tiempo.
(Jorge Bucay)

miércoles, 5 de octubre de 2016

El valle del asombro - (Amy Tan)



El valle del asombro

Amy Tan

      
"Nadie, ni yo ni nadie, puede andar este camino por ti.
Habrás de recorrerlo tú solo.
No está lejos; lo tienes a tu alcance.
Tal vez estás en él desde que naciste, sin saberlo.
Tal vez está en todas partes: en el mar y en la tierra".
(Walt Whitman, "Hojas de hierba")


Violeta recibió su nombre en honor a la flor predilecta de su madre. Le gustaban estas florecillas silvestres, de apariencia frágil e insignificante, que enraizaban con facilidad en la tierra y en poco tiempo llegaban a cubrir los alrededores, mostrando así que su debilidad era sólo una ilusión. 

Su apellido es occidental y sus rasgos físicos concuerdan con el aspecto de su madre, Lulú Minturn, de origen norteamericano. Lulú puede recordar con claridad su vida anterior en San Francisco, pero la joven Violeta sólo guarda en su memoria recuerdos de Shanghái, la ciudad donde nació y en la que siempre ha vivido. Su hogar se encuentra en la Oculta Ruta de Jade (más conocida entre los varones chinos por la Casa de Lulú Mimí), que en 1912 se considera una de las mejores casas de cortesanas de la ciudad.

Lejos de ser únicamente un lugar en el que se ofrecen favores sexuales a cambio de regalos y dinero, la Oculta Ruta de Jade es un punto de reunión imprescindible para cualquier empresario de cierto nivel que pretenda hacer negocios en Shanghái. Lulú desempeña su papel de propietaria de la casa a la perfección. Ella conoce las pretensiones de sus clientes, sabe los negocios que se traen entre manos, detecta sus necesidades y pone en contacto a personas con intereses complementarios, sirviendo de puente de unión entre empresarios chinos y norteamericanos. Gracias a su intervención han tomado forma acuerdos profesionales que después se han traducido en suculentas operaciones comerciales, rompiendo la distancia entre nativos y extranjeros que en cualquier otro ambiente habría sido imposible de superar.

Lulú cuenta en casa con la ayuda fiel de Paloma Dorada y comparte alojamiento con un buen número de cortesanas, bellas y jóvenes "flores" que resultarían atractivas físicamente para cualquier hombre. A diferencia de los prostíbulos, en las casas de cortesanas se aprovechan los múltiples matices de la sensualidad para otorgar a la compra de sexo de un valor añadido. En ellas rigen ciertas normas que prolongan el deseo antes de ser consumado: el cliente corteja a la "flor" haciéndole entrega de valiosos regalos y utilizando sus armas de seducción, con la esperanza de ser el afortunado que en un plazo medio de tiempo será escogido para entrar en su "boudoir" y disfrutar con ella de los placeres de la carne.

En este entorno se desarrolla la infancia de Violeta. Su interior alberga dos preguntas que le crean un inmenso vacío, cuya respuesta teme más que nada en el mundo. La primera tiene que ver con sus orígenes y con la sospecha de que por sus venas corre sangre china además de americana. Esta duda traza en ella una línea imaginaria que divide su ser en dos mitades, le impide reconocerse y sabotea la búsqueda de su propia identidad. La segunda, más que una pregunta, es la certeza de saberse poco querida por su madre. Sin embargo, Lulú y Violeta se verán obligadas a separarse antes de que logren resolver sus diferencias. Las dos mujeres sufrirán las consecuencias de encontrarse en medio de la enorme brecha que divide Oriente y Occidente, dos culturas opuestas donde el peso de la tradición de la primera se contrapone al pragmatismo de la segunda, sin ni siquiera sospechar que los caminos de ambas tienen muchos rasgos en común.

En "El valle del asombro" Amy Tan desgrana un sinfín de sentimientos encontrados para contarnos, con la sabiduría de quien acostumbra a bucear en las profundidades del corazón, la historia trágicamente hermosa de tres generaciones de mujeres que tratan de sobrellevar la pesada carga que el destino ha reservado para ellas, tres mujeres fuertes cuyas circunstancias fueron cambiadas contra su voluntad y que necesitan recomponer los momentos de sus vidas fracturadas para poner fin al dolor y dejar paso, al fin, a su verdadero yo. (Publicado por: Verónica Valle en Trabalibros)

domingo, 18 de septiembre de 2016

La cosa más bella de todo (Madre Teresa de Calcuta)




La cosa más bella de todo

  

¿El día más bello?
Hoy.

¿El obstáculo más grande?
El miedo.

¿La raíz de todos los males?
El egoísmo.

¿La peor derrota?
El desaliento.

¿La primera necesidad?
Comunicarse.

¿El misterio más grande?
La muerte.

¿La persona más peligrosa?
La mentirosa.

¿El regalo más bello?
El perdón.

¿La ruta más rápida?
El camino correcto.

¿El resguardo más eficaz?
La sonrisa.

¿La mayor satisfacción?
El deber cumplido.

¿Las personas más necesitadas?
Los padres.

¿La cosa más fácil?
Equivocarse.

¿El error mayor?
Abandonarse.

¿La distracción más bella?
El trabajo.

¿Los mejores profesores?
Los niños.

¿Lo que más hace feliz?
Ser útil a los demás.

¿El peor defecto?
El malhumor.

¿El sentimiento más ruin?
El rencor.

¿Lo más imprescindible?
El hogar.

¿La sensación más grata?
La paz interior.

¿El mejor remedio?
El optimismo.

¿La fuerza más potente del mundo?
La fe.

¿La cosa más bella de todo?
El Amor.

Madre Teresa de Calcuta