lunes, 21 de enero de 2013

Las cuatro estaciones- 12ª parte - Primavera (3ª parte) - Los juegos.



LAS CUATRO ESTACIONES

12ª PARTE



  PRIMAVERA (3ª parte)




XVIII

Los juegos


En primavera, las flores ya estaban en todo su esplendor maravillándome con sus colores y aromas alegrando mis tardes, los días comienzan a ser más largos y con la mejoría de tiempo, permitía disfrutar de los juegos en la calle.
Mientras España empezaba a prosperar muy lentamente, nosotros como niños jugábamos con los escasos medios que teníamos, empleando la imaginación y los medios que la naturaleza nos proporcionaba. El arco y las flechas, las espadas, pistolas….,las ramas de los árboles, daban para mucho, ¡claro! que mas de uno terminó con varios puntos de sutura en la cabeza.
Normalmente los chicos principalmente entre nosotros y las chicas entre ellas, pero también a veces, como más adelante veremos, jugábamos juntos, todos ellos en la calles sin asfaltar y sin el peligro de los coches, también es cierto que los niños ya nos encargamos de buscar y encontrar el peligro sin ninguna ayuda.

 "Así eran los balones, de cuero bien duro"
 

El juego principal era el futbol, con que algún niño tuviera un balón, quedaba el problema resuelto. Teníamos un campo de futbol, bien acondicionado para nosotros, con porterías reglamentarias, situado en la parte baja del poblado, junto al río, rodeado de cañares y árboles frutales. Allí, realizábamos interminables partidos, solo interrumpidos para coger de algún árbol frutal, manzanas, peras, albaricoques…..y no tener que ir a casa a recoger la merienda.


Cuando no queríamos bajar al campo de futbol, colocábamos 2 piedras en cada extremo del cemento y allí jugábamos un partidito que duraba hasta que alguna madre llamaba a su hijo o hijos para ir a comer o cenar.
 
Se elegían dos capitanes que siempre eran los más mayores, los cabecillas,  y situándose uno en frente del otro a una distancia de unos tres metros, iban avanzando pie a pie en línea recta hasta que uno pisaba el pie del otro. Este era el que debía elegir primero el jugador que quisiera para su equipo. Dos o tres, los mejorcitos, eran siempre los elegidos y los que quedaban los últimos ya estaban acostumbrados a que se les escogiera “de relleno”





Juguetes de fabricación propia hecho por nosotros mismos con objetos que nos encontrábamos en la calle, no necesitábamos mucho, con una tabla de madera, (de esos de fregar nuestras madres las ropas), para incorporarle las ruedas cojinetes. Otra madera para el volante y un tornillo para unir el volante a los tacos, también de madera, que sujetaban la rueda delantera. No era difícil conseguir los cojinetes, en la central eléctrica abundaban y nuestros padres nos lo facilitaban. Una vez tenías el carrito de cojinetes, buscabas una calle que tuviese una cuesta y a lanzarse por las pendiente o buscarte un coleguita para que te empuje como motor humano.
“El aro”, con un aro de metal y una varilla de hierro con uno de sus extremos en forma de gancho se construía este sencillo juguete. El reto consistía en hacer rodar el aro sin que se cayera, todo dependía de la habilidad del jugador.
Los chicos jugábamos también al “guá”: es un juego que se practica con canicas, éstas podían ser: de cristal, arcilla, metálicas, etc., podíamos jugar varios jugadores. Primero de todo, se hace el guá, que un pequeño hoyo en el suelo, de forma circular y con una profundidad de unos 5 cm.. Los jugadores marcaban una raya a unos 4/5 metros.


Para decidir quien tiraba primero, se hacia una tirada previa,desde el guá a la raya, saliendo primero aquel cuya bola se había quedado más cerca de la raya.
El objeto era tirar la canica para meterla en el hoyo. Una vez que tiraban todos los jugadores, el que había metido la bola o el que había quedado más cerca, continuaba el juego con el objeto de golpear las bolas de los contrincantes para meterlas en la guá.
Solían marcarse una reglas, para poder golpear la bola, bien sólo con el dedo o bien acercando una cuarta y golpear/lanzar con el pulgar. El que perdía pagaba con una canica al ganador. Las canicas también eran "moneda" de cambio para el pago en otros juegos.
También era muy popular “el churro-media-manga-mangotero”, lo primero era hacer dos equipos y elegir una persona, la madre de todo el juego. Luego se echaba a suerte el grupo que empezaría.


La “madre” se apoya en la pared y el grupo que haya perdido al echarlo a suerte se tenía que poner en posición de “burro”,esto es, en fila, unos detrás de otros, flexionando el tronco y apoyándose en el de delante y el primero de la fila en la “madre”.
El otro equipo salta sobre ellos cogiendo carrerilla y con fuerza para intentar tirarlos evitando al mismo tiempo caerse (en cuyo caso ya perdería uno u otro).
Si se logra el objetivo de colocar a todos los miembros del equipo sobre el los que hacen de “burro”,uno del equipo de arriba decía, señalando a sus extremidades: “Churro, media-manga, mangotero”,que se corresponden con el hombro, el codo y la muñeca respectivamente. Otro del equipo que hace de “burro” dice una, y si fallaban les tocaba de nuevo soportar el peso de los otros y si acertaban cambiaban de posición
“La taba”, propiamente dicha es un hueso que se encuentra al terminar la pata trasera de las ovejas, corderos y carneros. Tiene cuatro caras que se denominan de varias formas. Lo más generalizado es llamar "caras" a la parte cóncava; "pencas", a la zona convexa; "culo" a la lisa y "carnes" donde el hueso toma la forma de la letra S.



Hay infinidad de variantes del juego de la taba -con uno o más huesos- pero sin duda la forma menos complicada de jugar es aquella en que las niñas, sentadas en círculo o en corro, tiran la taba al aire. Se gana si al caer la taba queda hacia arriba el lado que llaman "carne"; se pierde si el "culo" queda hacia abajo y no hay juego si sale "pencas".
Otra forma de jugar consiste en arrojar al aire cinco tabas, al tiempo que se vuelve la mano con rapidez, tratando de recoger alguna con el dorso. Si cae más de una encima de la mano, las demás niñas van retirando las tabas hasta dejar sólo la que guarda peor el equilibrio; en esta postura se ha de intentar recoger las tabas que están por el suelo sin que se caiga la que permanece encima de la mano.
Por supuesto, había más juegos, “el escondite”, “el trompo”, “las chapas”…..y también juegos que compartíamos con las chicas: “La comba”, se juega con una cuerda. Dos jugadores la agarran, uno por cada extremo, para dar vueltas a la cuerda. Los demás se colocan en fila para ir pasando a saltar sin perder turno, una vez que empieza a saltar el primero. Si uno no salta cuando le toca, o tropieza con la cuerda, se para el juego y éste pasa a "ligársela", o lo que es lo mismo, a "dar a la comba".


Mientras que uno salta, los demás cantan una canción y según como sea ésta, se da a la comba a un ritmo diferente. En el juego de la comba existen muchas variantes, casi siempre acompañada de una canción determinada.
Estas canciones que se recuerdan siempre son:

Una, dos y tres.
Pluma, tintero y papel.
Para escribir una carta.
A mi querido Miguel.
Qué se ha marchado esta noche.
En el correo de las tres.
Que una, que dos y que tres.
El cocherito leré,
me dijo anoche, leré,
que si quería, leré,
montar en coche, leré.
Y yo le dije, leré,
Con gran salero, leré
No quiero coche, leré,
Que me mareo, leré.
Soy la reina de los mares,
y ustedes lo van a ver,
tiro mi pañuelo al agua
y lo vuelvo a recoger
Pañuelito, pañuelito,
¿quién te pudiera tener?
Guardadito en el bolsillo
Como un pliego de papel.
Al pasar la barca,
me dijo el barquero:
las niñas bonitas,
no pagan dinero.
Yo no soy bonita,
Ni lo quiero ser,
Arriba la barca,
Una, dos y tres.

También jugábamos “al pañuelo”, se formaban dos equipos con el mismo número de jugadores y se colocan a una distancia determinada el uno del otro (por ejemplo, 20 metros) situándose tras una línea. A cada jugador de cada equipo se le asigna un número en orden correlativo empezando por el uno. En el centro del campo de juego se coloca una persona que mantendrá un pañuelo colgando de su mano justo encima de una línea separadora.

La persona con el pañuelo dirá en voz alta un número. El miembro de cada equipo que tenga dicho número deberá correr para coger el pañuelo y llevarlo a su casa. El primero que lo consiga gana la ronda quedando el participante del equipo contrincante, eliminado. También queda eliminado aquél que:

Rebase la línea separadora sobre la que está el pañuelo sin que el otro lo haya cogido.

Sea tocado por el contrincante tras haber cogido el pañuelo.
El truco del juego consiste en provocar al contrario para que rebase la línea simulando haber cogido el pañuelo, y correr más rápido que el oponente una vez agarrado el pañuelo.
Cuando se han eliminado varios jugadores de un equipo, se reorganizan los números pudiendo asignar varios a un solo jugador. Gana el equipo que logra eliminar a todos los contrarios.
Con la edad que teníamos y las características del paisaje, juegos peligrosos realizábamos unos cuantos. Había una inmensa higuera cerca del campo del fútbol, estaba rodeada de una tierra bastante blanda, con cierto parecido a la arena de playa. Nos subíamos a la parte más alta de la higuera y nos lanzábamos como si fuéramos paracaidistas, aterrizando en la arena. Un día Fidelico el de“la argentina”, se subió a lo más alto y antes de lanzarse gritó: ¡¡Allá voy con mi gran potencia!!, fue tal el entusiasmo que puso, que calló de cabeza, no sufrió daños graves, pero todavía debe estar buscando los dientes que perdió.

Otra de nuestras "hazañas", en la curva de salom frente a la casa del médico, Don Antonio Pina, había un terraplén bastante empinado, que terminaba justo detrás de la iglesia. Guillermo Gimenez y yo desde lo más alto lanzábamos unas piedras de un buen tamaño rodando, en la parte de abajo con un respaldo de una silla, José Enrique Costa las recibía y toreaba, nunca le paso nada grave, si es cierto que en una ocasión no pudo torear la piedra y le alcanzó la pierna, afortunadamente la casa del médico estaba cerca. Dicen que los niños llevamos un Ángel de la Guarda junto a nosotros y yo lo creo, de lo contrario es imposible que no nos pasara nunca nada grave con las salvajadas que hicimos y el terreno en el que nos movíamos.


Como todos los niños, me buscaba la vida para jugar solo, cuando el tiempo no permitía salir a la calle o por otra circunstancia, mi juego preferido y que podía estar horas con el, los partidos de fútbol que me montaba. Con caja de cerillas de futbolistas que buscaba por el bar, basura, etc., tenía varios equipos de fútbol completos, con dos porterías que mi padre me hizo y un balón de papel de plata del chocolate, me lo pasaba estupendamente. Aun recuerdo a Madinabeytia, portero de Atlético de Madrid, Glaría, Evaristo del Barcelona, Araquistaín……Cuando me faltaba algún jugador para completar el equipo, recortaba un cromo y lo pegaba en otra caja de cerillas, lástima que los perdí todos, era una colección realmente bonita.





Un juego principalmente de chicas y que les gustaba mucho era “la rayuela”, el asfalto estaba repleto de extraños dibujos realizados en tiza que los niños éramos incapaces de entender. Ignoro por qué razón, pero casi siempre se trató de un juego de niñas. Ellas salían de clase con un pedazo de tiza en algún bolsillo e inmediatamente, rodilla en tierra, trazaban con gran habilidad unas casillas con números. Acto seguido, la que estaba de “mano” lanzaba sobre el gráfico de yeso una piedra plana y se dedicaba a dar saltitos sobre las casillas evitando pisar las líneas y tratando de alcanzar la última de ellas a la que denominaban “cielo”.
Nosotros, los niños, nunca mostramos mayor interés por ese juego, pero difícilmente perdíamos detalle de cómo sus coletas revoloteaban al ritmo de sus saltos. Jamás entendimos cómo podía gustarles un juego tan simple en el que no había violencia alguna, en el que por no perder... no perdían ni canicas y en el que no se jugaban nada. Lo hacían por el puro placer de pasar un buen rato.
Ellas ocupaban el pequeño espacio en torno a su juego de la rayuela trazada con tiza sobre esos adoquines de las calles, mientras que nosotros, correteábamos de acá para allá jugando a policías y ladrones o a indios y vaqueros; nos perseguíamos y nos lanzábamos unos sobre otros llenándonos los codos y las rodillas de arañazos.
Sin duda que los juegos “para niños” y los juegos “para niñas” eran muy distintos, y si en los nuestros estaba presente el contacto físico, la competitividad, la necesidad de ganar o de perder algo, y esas heridas que se convertían en trofeos comúnmente llamados cicatrices. En los de ellas, ya bien fuese la rayuela, las gomas o la comba... siempre estaban incluidos esos saltitos con coletas.






Puede que sea verdad eso de que con el paso del tiempo cada vez se tocan más los extremos. Probablemente hombres y mujeres estamos acercando posturas y alineándonos en una conexión favorable. Pero lo que no deja de ser cierto es que nosotros seguimos a empujones para terminar reventándonos las narices contra el suelo, mientras que ellas... siguen con sus saltitos tratando de alcanzar el cielo. 

Hay algo acerca de esta vida que las mujeres saben, pero que nosotros... desconocemos. 

Y como no también jugábamos al escondite. Era un juego en el que participaban un gran número de niños. De entre ellos se sorteaba el niño que tenía que buscar a los demás. 

El juego consistía en que la persona encargada de encontrar a todos sus compañeros tenía que contar, normalmente junto a la fuente que había en el cemento, al resto de jugadores y con los ojos cerrados. 

Mientras el niño, en cuestión, contaba, a los demás les daba tiempo a esconderse. Cuando terminaba de contar decía: "¡ya voy!" y empezaba a buscar. 

A medida que iba encontrando a sus compañeros tenía que ir corriendo a tocar la pared y decir el nombre: "por fulanito". 

Si el niño que había sido descubierto corre más que el que buscaba y llega antes a la pared, tiene que gritar: "Por mí" y de esta manera, quedaría salvado. Así sucederá con todos los jugadores, hasta que sólo quede un participante por pillar; si éste se salva, en vez de gritar: "Por mí", grita "Por mí y por todos mis compañeros y por mí el primero", de esta manera, se salvaría él y a todos sus compañeros.



Con esta frase se acababa el juego y se volvía a empezar, quedándose otra vez el mismo niño que estaba buscándoles, porque había perdido, al salvar a todos los jugadores el último participante.

El problema es que en la mayoría de las ocasiones el juego se hacía interminable, pues los niños nos escondíamos por todo el poblado y las distancias se hacían interminables, igual se escondían por la casa de los hermanos Carrión, que la de los Vergara, por el cerezo del Tío Perico o en la parte de atrás de mi casa, al pobre que le tocaba contar se podía pasar horas buscando y en cuanto se descuidaba aparecía alguno que se salvaba o salvaba a sus compañeros, tocando él primero la pared. 

Al igual que el hombre primitivo nuestro instinto de caza era algo característico. La caza de gorriones… Y la búsqueda de nidos de todas las especies era práctica habitual…Unas veces con el tirachinas y otras con el rifle de perdigones. Éramos expertos cazadores. ¡Pobres gorriones, cuántos cayeron! ¡Qué buenas aventuras tuvimos! 

Evidentemente eran otros tiempos, pero los niños de antes, no necesitábamos ordenadores, vídeo juegos….nos buscábamos la vida, utilizábamos la imaginación, a los niños de ahora les ha tocado vivir en una sociedad en la que lo tienen todo. No sé si es una frase de un anuncio, pero todo lo que quieren lo tienen y lo cogen. No valoran las cosas porque no les cuesta. En muchos casos, estos niños no han hecho nada para recibir estos regalos. Hoy en día no hay una dinámica de esfuerzo, de ir paulatinamente llegando a ciertos niveles como antes.


Final de la 12ª parte


sábado, 19 de enero de 2013

Las cuatro estaciones - 11ª parte - Primavera (2ª parte) - Días de lluvia.






LAS CUATRO ESTACIONES

11ª parte



XVII


Días de lluvia


Aquel día llovía a mares, el reloj marcaba las ocho de la mañana de un día de primavera, nos acababa de llamar mi madre para ir al colegio; de un salto me levanté y fui corriendo a la ventana, quería comprobar si  ese ruido que escuchaba a través de la ventana era de agua de lluvia. Escuche decir a mi madre desde la cocina que nos abrigáramos, que hacía mucho frío; esa era la cantinela matutina de ella, mientras me preparaba el desayuno. Éste consistía en un gran vaso de leche en polvo y unas tostadas con mantequilla.

Mientras escuchaba su voz en la lejanía de la cocina, yo arrimaba mi cara a los cristales de la ventana del cuarto de estar; mi respiración enturbiaban mi visibilidad, y de inmediato con la mano limpiaba de los cristales, el vaho que había salido de mis fosas nasales, otras veces yo provocaba el vaho en los cristales para   hacer figuras, letras y dibujos en ellos, pero ahora mi interés no era  ese, sino ver el agua de lluvia. Delante de mi casa, habían varios charcos de agua, me fijé en uno que había un poco más lejos; - ¡ese! -pensé- era el ideal para zambullir allí mis botas de agua. Las gotas de agua que descendían desde el cielo y caían en los charcos, me llamaba la atención, casi me hipnotizaba. El efecto al mezclarse el agua proveniente del cielo y el agua de los charcos era de ebullición, y supongo que el sonido sería: pop, pop…

Los días de lluvias eran mis preferidos, me gustaba jugar bajo la lluvia. Ese día me pondría las botas de agua de color negras que tenía preparada para ese menester y que nos habían regalado los abuelos de San Sebastián.

Me encanta cuando el agua de la lluvia se impregna en cada poro de mi piel y se introduce en mi cuerpo para limpiarme de todos aquellos y demonios y fantasmas que pueden anidar  dentro de él. Es una sensación mística. No me importa llegar a casa empapado, porque la sensación de humedad es tan placentera y mágica que me hace sentirme como si fuera otra persona.

Los días de lluvia oscurecen el cielo, lo esconden, nos quitan la luz y nos sumimos en oscuridad pero después de que haya pasado esa lluvia, el cielo se vuelve a iluminar y sale un grandioso y colorido arcoíris. ¿Acaso hay algo mejor que disfrutar de la luz tras verse sumido en la oscuridad. Yo creo que no. Creo que no sería capaz de vivir en un mundo, en el que no lloviera.
Volví a mirar por la ventana para ver si había escampado, afortunadamente  seguía lloviendo con mucha fuerza. Escuchaba a mi madre protestar por las inclemencias del tiempo; ella temía que nos pusiéramos empapados en el  camino de casa al colegio. Yo estaba deseando que mi madre nos dejara ir solos, como hacían casi todos los niños.

Antes de salir de casa, mi madre nos aleccionó diciéndonos que  no nos mojáramos, para evitar los resfriados; eso era lo que realmente a ella le importaba. A mí, me daba igual, yo solo quería jugar con el regalo que Dios nos hacía, si Él mandaba esa agua bendita, sería por algo, y ese algo, era la lluvia para que pudiéramos llevar a cabo   nuestro juego preferido. En aquellos días, los niños nos divertíamos con cualquier cosa que nos proporcionaba la naturaleza.

Mi madre cogió un paraguas negro, era tan grande que nos cubría a los tres, y eso me fastidiaba; así era imposible dejar mojarme por el agua que caía con fuerza desde el cielo. -Dios mío pensé-, cuanto tienen que estar llorando los angelitos del cielo, -eso era lo que me decía mi madre cuando llovía-, aunque yo,  estaba en la edad que no sabía si creer todo lo que me decía mi madre, o las madre de las demás, porque habían cosas que mi pandilla las ponían en cuarentena, o al menos nos hacíamos algunas preguntas que no entendíamos.

Camino del colegio íbamos salteando los charcos y riachuelos que se formaban en el camino, mi madre parecía que bailaba, dando pequeños saltos en vez de caminar, además nos recriminaba continuamente porque no nos dejaba que nos metiéramos en los charcos. De lejos vi uno muy grande, -y pensé-- esta es la mía, ahí me voy a meter, cuando llegamos a la altura de él-, solté la mano de mi madre, y me introduje en aquella agua barrosa sin más, empecé a dar saltos y a salpicar, mi madre casi histérica y enfadada - temiendo se me mojaran los calcetines y la ropa, y tener que volver a casa,- me dio un gritó ordenándome que saliera inmediatamente. No tuve más remedio que obedecerla, “no estaba el horno para bollos”.

A pesar de las regañinas de nuestras madres, íbamos directos a meternos en los charcos. Chapotear era nuestra máxima ilusión; mancharnos de barro la ropa, cara y manos, nos proporcionaba una inmensa alegría, y el ruido que producía el agua que caía dentro de las botas de goma, nos provocaba una risa explosiva y contagiosa, no así a mi madre, que no le hacía la más mínima gracia tener que coser los rotos que al roce con la goma mojada, se hacían en los calcetines.

-Mamá,-pregunté-nos dejarás esta tarde salir a la calle a jugar.

-Ya veremos me contestó.

Yo sabía en el fondo, que nos dejaría, aunque estuviera lloviendo y también ella sabía, que de salir  a la calle, nos mojaríamos; dejaría que esa agua bendita cayera sobre mi cara de niño.

¡Qué días aquellos, mama!, días de travesuras infantiles, y ahora días de nostalgias y recuerdos. Cuanto daría yo mamá, por ponerme aquellas botas, volver al camino de tierra que separaba nuestra casa y el colegio y salpicar el agua de aquellos charcos que quedaron atrás. Cuanto daría yo mamá, por preguntarte, si me dejarías salir a la calle en aquellos inviernos, cuando tú eras tan joven y hermosa.

Esta mañana lluviosa me ha hecho evocar el maravilloso juego de los cromos; era uno de mis favoritos, pasaba horas enteras, entregado a él.

Con mi impoluto “babi”, emprendía todas las mañanas el camino hacia el colegio, y al regresar a casa, los bajos del mismo, se habían convertido en rojizas bandas, que hacían contraste con lo que de blanco quedaba en el resto de la prenda. Ello se debía a que lo había manchado en el suelo del corredor de la escuela, de tanto sentarme en él; aunque no era un corredor exactamente. Era un gran salón rectangular con altas ventanas y las paredes pintadas de color ocre, en el cual jugábamos los días de lluvia. El suelo era de cemento fino, de un color rojo intenso, que cada vez que lo limpiaban, echaban al agua unos polvos para avivar el mismo, para que luciera brillante y como nuevo.

A penas sonaba la campana, anunciando la hora del recreo, salíamos gritando y atropellándonos para poder ser los primeros en llegar a él, coger el mejor sitio, y así poder jugar mejor. Nos arrodillábamos olvidándonos hasta de comer el bocadillo y con la ilusión que se tiene hacía todas las cosas, a los ocho años, nos sumíamos en el juego:

A la “pared”, “tinta o papel”, "a la mano…"

Me encantaban los cromos – y me siguen gustando, de hecho conservo muchos de ellos- ¡Cómo los adoraba!

Sobre todo cuando se volvían apergaminados y sin revés, de pasar de mano en mano y adquirían ese color rojizo, debido al contacto con el suelo, tan apreciado por mí.

Tenía una caja cuadrada que había contenido zapatos, y otra de polvos faciales, que mi madre me había dado al quedar vacías, repleta de ellos.


Terminada la hora del recreo, la Señorita Maruja debía llamarnos repetidas veces, pues nos costaba un enorme esfuerzo abandonar el juego.

Al llegar a casa, nada más soltar la cartera, lo primero que hacía, era contar mis cromos. A diario realizaba balance de cuántos había perdido y ganado. Después le pedía una peseta a mi madre para ir a comprar más, y así reponer las pérdidas para jugar de nuevo al día siguiente.

Los cromos troquelados se hicieron muy populares entres los niños de anteriores generaciones (Años 50, 60, 70 y 80). Estos cromos eran de formas desiguales. Ello se debía a que consistían en un conjunto de dibujos impresos en una lámina, esta lámina estaba troquelada de forma que silueteaba los dibujos dejándolos unidos entre sí por unas pequeñas pestañas que había que cortar para separarlos. Estas pestañas se cortaban fácilmente y entonces la lámina quedaba convertida en una colección de cromos.

Algunos de los cromos llevan brillantina (purpurina), otros tienen cierto volumen.

Los cromos troquelados fueron un éxito, se vendieron una multitud de láminas, fueron múltiples las series sobres las que versaban los cromos, las había de trajes, animales, actores, flores, paisajes, muñecas, etc.

Los cromos troquelados, además de coleccionarse, solían utilizarse para decorar carpetas, libros, cuadernos, etc. También se usaban para jugar. Se tiraban hacia una pared y ganaba el que quedase más cerca de ella. También había otras formas de jugar como ponerlos bocabajo y con la mano ahuecada dar un golpe en el suelo para que el aire provocado por el movimiento rápido de la mano diese la vuelta al cromo. Aquellos cromos que quedasen boca arriba podías añadirlos a tu colección.

Se puede jugar desde individualmente hasta gran grupo, según el juego al que juguemos.


Y así, transcurrían los días, la niñez… pero aún quedaba mucha primavera, ¡qué bien!



Final de la 11ª parte