sábado, 28 de febrero de 2015

Las cuatro estaciones - 18ª parte - Epílogo - Viaje de regreso.






LAS CUATRO ESTACIONES

18ª parte





XXVII

Epílogo

Viaje de regreso

Lenta y pausadamente, la noche cae a mí alrededor. Aún puedo escribir sin luces artificiales, me ilumina el resplandor de los últimos rayos de sol. El cielo se tiñe de tonos rojizos que luego se tornan rosas y más tarde azulados. Cuando todo se apaga, las nubes son mates y grisáceas y se mueven lentísimamente sobre mi cabeza, las contemplo embelesado mientras siento la tibia brisa de la noche sobre mi piel ardiente y en mi pelo, húmedo aún. Los últimos pájaros despiden al día y una campana suena a lo lejos. Este sonido me reconforta y serena mi espíritu. Los grillos inician su concierto, escondidos entre la hierba y en los setos. Me acerco a ellos en la oscuridad y, lejos de detener su canto ante mi presencia, lo hacen más intenso, dándome la bienvenida. Un murciélago surca al aire con su vuelo torpe y atolondrado y me recuerda mi infancia. Oigo las voces de unos niños que bajan la cuesta de un camino en bici a toda velocidad, arriesgándose a perder los dientes, pero libres y felices. Los ruidos del mundo van cesando y dan paso a los sonidos de la naturaleza, frescos, puros, espontáneos.
Decido regresar al Salto de Millares, sé que las viviendas fueron derruidas, parte del terreno inundado por el nuevo pantano de Tous, no queda nadie, que está desierto... todo es pasado, pero necesito ir, ver el río Júcar, el paisaje, los restos de donde un día corrí y jugué con mis amigos, hermanos, respirar el mismo aire, puro, sin contaminación. 

Millares


Salgo de Valencia temprano, con tranquilidad, la carretera tampoco permite mayor velocidad, dirección Dos Aguas, allí sale una carretera a la izquierda dirección al pueblo de Millares, cuando lo veo me emociono, el pueblo es igual a mis recuerdos, lógicamente bastante renovado, lo cruzo y sigo dirección Bicorp en busca de la Muela, la gran piedra que marca el desvío al Salto de Millares. Pasados unos cinco kilómetros llega el cruce, la piedra ahora esta pintada de amarillo y tallada con la siguiente inscripción “A la Central, 6 Km, 236 metros”, aumenta la emoción.




A pesar del tiempo transcurrido, el paisaje se hace reconocible, contemplo los barrancos con el Júcar al fondo, las montañas… y aspiro sus aromas profundamente para acumularlos dentro de mí y saborearlos poco a poco en la ciudad, cuando sienta que nada de lo que me rodea se parece al paisaje de mi niñez. Una ligera tristeza se apodera de mí, pero sacudo la cabeza y sigo disfrutando con el paisaje.
Unas flores escandalosamente bellas brotan en mitad de los caminos, salpicando el campo con sus colores vivos que van desde el rojo sangre al violeta profundo. Tan bellas son y tan cuidado su aspecto que parece haber sido plantadas por la mano del hombre. La mano de la naturaleza es más sabia y más humilde y, por ello, más poderosa.



A los pocos kilómetros, al fondo, entre montañas se observa la parte alta de la central, ”el cuadro”, me parece una estampa maravillosa, me emociono, pero con alegría y serenidad.



Tras pasar unas cuantas curvas, el primer túnel, igual como lo recordaba, solo cambia que antes era todo de piedra y ahora está recubierto por una capa de cemento. Detengo el coche y bajo, es el punto mas alto donde se puede ver los restos del desaparecido poblado, también observo con tristeza como el cauce del río está totalmente limpio y ya no existen plantas, ni cañares…es el típico paisaje de un pantano.


"Así han dejado el Júcar"

Continúo bajando, me viene a mi memoria, cuando hace cincuenta años salí definitivamente para vivir a Valencia, estoy haciendo el camino a la inversa, llego al cuadro, curva, los corrales y lo que era el antiguo salón, es un pequeño edificio con unas puertas metálicas que no dejan pasar al coche, lo aparco y hago el recorrido a pie. A la derecha sale un pequeño camino, lo utilizábamos los niños para atajar cuando íbamos a Salón para hacer algún recado.




La carretera que nos llevaba a las casas, se ha convertido en un pequeño camino, con parte del asfalto levantado y rodeado de vegetación, ya no está tan cuidada, pero es de gran belleza, paisaje salvaje y natural.



Voy caminando por donde tantas veces pase corriendo con mis amigos, lo que entonces parecía un camino tan largo y ancho, ahora es un recorrido corto, en apenas unos metros llego donde estaban las primeras casa. No hay ningún edificio, a la izquierda donde vivían los Cucala no existe nada, la vegetación ha cubierto sus restos. A la derecha, se repite la imagen, no hay casas y la maleza cubre todo, los restos de las escaleras que nos subían a la parte alta de las casa, la pequeña plaza junto a la casa de los hermanos Giménez, permanecen restos de la barandilla y la hermosa morera donde recogíamos las hojas para los gusanos de seda. Mas abajo, el cemento, tan grande me parecía cuando era niño y tan pequeño ahora. Al lado, la explanada donde estaba nuestra casa, parece mentira que en tan poco terreno estuviera todo, hay que ver como cambian las dimensiones según la edad.



"A la izquierda estaba mi casa, al la derecha, el cemento"

Sigo hacia la central, aun se puede reconocer restos de la bajada de las casas dirección al economato. Ya no está el cerezo del tío Perico maravillosas y sabrosas cerezas, eran los tiempos en que las cerezas sabían y olían a cerezas, el vertedero……me paro y observo los restos de nuestro corral, donde criábamos gallinas y conejos.



Ni rastro de la capilla ni del colegio, una pequeña explanada es lo que queda…..al fondo la cascada, donde ahora apenas cae un pequeño hilo de agua.


"En esta explanada, estaba la capilla y la escuela"

Los árboles frutales ya no muestran en sus ramas manzanas y peras que a lo largo del verano hubieran ido maquillando con los rayos del sol y que encierran todo el sabor del transcurrir de los días. Las higueras no están repletas de higos blancos y rojos ni rezuman dulzor, simplemente, ya no están.



"Así era el Salto de Millares"



"Esto es lo que queda, que pena"

Tras hacer varias fotos, regreso al coche y vuelvo a hacer el mismo recorrido de hace cincuenta años, ahora si estoy seguro que no volveré. Paro en el último túnel, la contemplación de las ruinas de este poblado desde la lejanía me ofrece una visión casi irreal de este lugar aislado y solitario donde no hay vida y la decrepitud campa a sus anchas. El viento arrecia y me parece escuchar un leve susurro metálico amortiguado que sólo me inspiran temor e inquietud. Contemplo la desolación de un lugar condenado y devastado por la fuerza de los elementos pero innegablemente poderoso porque desprende una extraña fuerza invisible que lo envuelve todo porque la naturaleza es la que tiene la última palabra, siempre.


"La escalera donde se accedía a la calle donde vivían los Jimenez"

De pronto siento un leve cosquilleo que me estimula y me susurra que no hay que entristecerse por el recuerdo del pasado. Con este sentimiento y con la energía recuperada, regreso a Valencia.
Infancia... ¡Cómo añoro ese universo mágico de sueños en que todo es posible! El frío del invierno atormentando mi cabeza, el único espacio de todo mi cuerpo que se libraba de los kilos de ropa conque mi madre me cubría. El beso de mi madre…Hasta ir al baño podía ser una travesía cuando un terrible monstruo escondido bajo la cama amenazaba con comernos por los pies y transportarnos a un mundo distinto del nuestro... Y otro día despertar y comenzar de cero, y soñar con lo que haremos ese día y con lo que seremos cuando seamos mayores... y construir castillos y convertirnos en... y creer que el más terrible de los problemas es no saber resolver una suma de cuatro dígitos.



Las sensaciones están junto a nosotros si sabemos buscarlas, si sabemos hallarlas…en un lugar, en un rincón.
No dejéis de perderos por los rincones de nuestros recuerdos, para mi sin duda es una bonita manera de sentirme vivo.


FINAL 1ª PARTE