sábado, 4 de noviembre de 2017

La rana que no quiso morir





La rana que no quiso morir

Un grupo de ranas viajaba por el bosque y de repente, dos de ellas cayeron en un hoyo profundo.

Todas las demás se reunieron alrededor del hoyo y les dijeron a las dos del fondo que a los efectos prácticos se debían dar por muertas.

Las dos ranas no hicieron caso de los comentarios de sus amigas y siguieron tratando de saltar fuera del hoyo con todas sus fuerzas.

Las otras ranas seguían insistiendo en que sus esfuerzos serían inútiles. Finalmente una de las ranas puso atención en lo que las otras decían y se rindió. Ella se desplomó y murió.

La otra rana continuó saltando tan fuerte como le era posible. Una vez más, la multitud de ranas le gritó que dejara de sufrir y simplemente se dispusiera a morir. Pero la rana saltó cada vez con más fuerza hasta que finalmente salió del hoyo.

Cuando salió, las otras ranas le preguntaron: 
– ¿ No escuchaste lo que te decíamos ?

La rana les explicó que era sorda. Ella pensó que las demás la estaban animando a esforzarse más y más para salir del hoyo.

ESTA HISTORIA CONTIENE DOS MORALEJAS:

La lengua tiene poder de vida y muerte. Una palabra de aliento compartida a alguien que se siente desanimado puede ayudar a levantarlo y finalizar el día. Una palabra destructiva a alguien desanimado puede ser que acabe por destruírlo. Cualquiera puede hablar palabras que roben a los demás el espíritu que les lleva a seguir en la lucha en medio de tiempos difíciles.

Tengamos cuidado con lo que decimos. Pero sobre todo con lo que escuchamos; no siempre es bueno prestar atención a lo que nos dicen. Escuchemos y utilicemos solo lo que es bueno.

Hablemos de vida, de alegría, de esperanza, a todos aquellos que se cruzan en nuestro camino. Ese es el poder de las palabras… a veces es difícil comprender que una palabra de ánimo pueda hacer tanto bien.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Los tres ancianos.




Los tres ancianos

Una mujer que salía de su casa vio a tres ancianos de barbas blancas sentados en el jardín de su casa.

“No sé quienes son ustedes, pero deben tener hambre. Por favor, pasen que les daré algo de comer”

“¿Está el hombre de la casa?”, preguntó uno de ellos.
“No, no está”
“Entonces no podremos entrar” dijeron los ancianos.


Al atardecer, cuando su marido llegó a la casa, la señora le contó lo sucedido.


“Ve y dile que yo estoy en casa y que los invito a pasar a los tres”


La mujer salió y los invitó amablemente a que pasaran.


“Nosotros no podemos ser invitados a una casa juntos” dijo con determinación uno de los ancianos.
“¿Por qué?” preguntó la mujer muy intrigada.


El anciano con la barba más blanca respondió:


“Su nombre es Riqueza” dijo señalando a uno de ellos y señalando al otro agregó: “Su nombre es Éxito, y el mío es Amor… ahora, ve con tu marido y decidan a cuál de nosotros prefieren invitar”
“¡Qué fantástico! Si ese es el caso invitemos a Riqueza. Así llenaremos nuestra casa con riquezas” Dijo el marido cuando escuchó lo que le contó la mujer.
“No, no me parece buena idea… ¿Por qué no elegimos a Éxito? así seremos admirados por todos”.


Su hija adoptiva que escuchaba la conversación desde su habitación exclamó:


“¿Por qué no invitamos al Amor? ¿Por qué siempre hay que pensar en las riquezas y el éxito como si el amor no fuera importante para nosotros?”


La intervención de la niña dejó a sus padres en silencio y avergonzados.


“Sí, ella tiene razón” dijo la madre.
Y el padre agregó: “Sigamos el consejo de nuestra hija”


La mujer salió al encuentro de los ancianos y preguntó :


“¿Cuál de ustedes es Amor? … Por favor, pase y sea nuestro invitado.”


Amor se levantó y comenzó a caminar hacia la casa. Los otros dos también se levantaron y los siguieron. Sorprendida, la mujer miró a Éxito y a Riqueza y preguntó:


“Sí yo solamente invité a Amor ¿Por qué ustedes también vienen?”


Los tres ancianos respondieron juntos:


“Si hubiese invitado a Éxito o a Riqueza los otros dos se quedaban afuera, pero ustedes invitaron a Amor, y donde quiera que él vaya los otros lo siguen. Porque donde hay amor siempre hay éxito y riqueza."

domingo, 27 de agosto de 2017

La manifestación del miedo.




Mucho miedo, poca vergüenza y ninguna dignidad: ese podría ser el balance de la I Diada del Terror o la Diada del Terrorismo del Año I de la Independencia Catalana, que, por otra parte, ha dejado nítidamente claro que ni Barcelona ni ciudad alguna golpeada por el islamismo terrorista necesita manifestaciones, porque la del Islam contra Occidente es una guerra y las guerras ni se hacen con flores ni se ganan con pancartas.

Otra cosa es que, como ayer, se quisiera negar la guerra que existe y se escenifique algo que no puede existir, que se actúe como si el terrorismo fuera materia opinable y la calle dictaminara si continúan matando o no por votación popular con los pies o concentración de manos blancas. Lo que ayer quedó claro en Barcelona es lo que en España deberíamos saber desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco: las grandes manifestaciones sólo sirven para demostrar el estado de conmoción de la masa, que se agrupa y amontona para demostrar lo que niega: que está muerta de miedo. Y que sus dirigentes, tan asustados como ella, unen democráticamente su pavor al ajeno para diluir en un estado de confusión emocional sus responsabilidades.

No, no hacía falta ninguna manifestación contra el terrorismo. Y si la hubo fue para darles un alegrón a los terroristas, que pudieron comprobar la debilidad de España, y para que los golpistas del 1 de octubre entrenasen viendo lo mismo que mostraron a los islamistas: que España es el eslabón más débil de Occidente, de Daar al-Islam, de la tierra un día invadida por ellos y que están en camino de tomar otra vez. La operación no ha podido salirles mejor a los terroristas de hace una semana y a los golpistas de dentro de un mes. (Parte del artículo publicado por  F. Jimenez Losantos en Libertad Digital)

viernes, 19 de mayo de 2017

"Patria" de Fernando Aramburu.



"Patria"

de

Fernando Aramburu

Una importante bibliografía, que afortunadamente no ha cesado de crecer en los últimos años, ofrece ya un estremecedor testimonio de lo que la banda terrorista ETA, nacida del nacionalismo euskaldún, ha supuesto en la vida de todos los españoles, con particular impacto en los ciudadanos vascos. La criminal sinrazón de la sangrienta aventura está relatada con detalle quirúrgico en el número de sus víctimas, en el desamparo de sus familiares, en la osadía de sus asesinos, en la impudicia de sus justificaciones, en el hosco rechazo a reconocer el daño causado. Y aunque la firmeza de la democracia española y sus servicios de seguridad hayan conseguido acabar con las manifestaciones más dolorosas de la actividad delictiva, las garantías de nuestro sistema legal permiten que, cumplidos sus plazos penales, los asesinos de otrora hayan recuperado la libertad que con sus balas negaron a centenares de víctimas. O que los verdugos de antaño, de los que es símbolo y portaestandarte Arnaldo Otegi, se hayan convertido en voceros de una tramposa paz. O que el odio obsceno que ETA repartió en su entorno tenga todavía manifestaciones en localidades y gentes por las que no parece haber pasado el tiempo de la ira. O que continuemos sin saber quién o quiénes inspiraban a los pistoleros, seleccionaban sus blancos y envenenaban con rabia xenófoba y fascista sus acciones. O que al día de hoy los nacionalistas que gobiernan la autonomía vasca sigan empeñados en la sucia tarea de equiparar asesinos y víctimas, en la imposible y mendaz obsesión de construir un «relato» equidistante.

Todo ello está ya razonablemente contado, aunque nos falten todavía por averiguar los nombres de los responsables de esos trescientos asesinatos que en las causas judiciales no tienen autor. Y con todo, «Patria», la excelente novela de Fernando Aramburu, nos viene a descubrir un aspecto que ahora se nos aparece como indispensable para comprender lo que el terrorismo y los terroristas significaron en la tierra vasca: la criminalidad vivida a ras de tierra, en las vivencia cotidianas de los que la practican y de los que la sufren, en el pulso de la calle, de la casa, de la taberna, de la lluvia. En el hábito de los que callan, de los que dejan de hablarse, de los que se van. No es este un sesudo estudio sociológico ni una pieza historiográfica sino una narración de gentes concretas que se mueven en un ámbito del que poco comprenden, mucho sufren y nada dicen. Porque es esta la gran novela de una sociedad enferma, envenenada por los dogmas ideológicos de la superioridad racial y por los religiosos de una iglesia culpable y cómplice, dominada hasta el fondo de sus almas individuales y colectivas por un miedo cerval, incapaz de análisis, reacción o resistencia. Desprovista de cualquier resto de grandeza. Un espejo terrible, que devuelve los rasgos deformados de una comunidad que hizo del silencio la norma, de la delación un salvoconducto, de la insolidaridad un sistema.

No es la primera vez que la ficción literaria nos ayuda a comprender, más allá de las correspondientes historias, la verdad de un tiempo. Eso es lo que hizo la grandeza del «Quijote» cervantino, o el poder de «Guerra y paz» de Tolstoi, o la ambición de «La Cartuja de Parma» de Stendhal, o la precisión de «La Ciudad y los Perros» de Vargas Llosa, o el detalle de la «Fortunata y Jacinta» galdosiana. Y en la proximidad de la Guerra Civil española, el desgarro de «Celia en la Revolución» de Elena Fortun. «Patria» pertenece a esa categoría, el nicho en el que se encuentran personajes a los que el destino coloca en el gozne de la tragedia y cuyos movimientos sonambulescos ilustran el tapiz deshilachado del entorno que les ha tocado vivir y sobre el cual han renunciado a practicar otra cosa que no sea la supervivencia. Cuando les dejan, porque en las esquinas siempre queda un pistolero de cara cubierta y pistola en ristre dispuesto a matarte en nombre de Euskadi. Que pueda ser el hijo de tu íntimo amigo, o el novio de tu hija o el sobrino de tu mujer quedan como fruslerías surrealistas de un paisaje tan brutal como incomprensible.

Es esta una novela admirablemente elaborada, resultado de vivencia propias y ajenas que se inscriben en un mosaico tan breve de personajes como multiforme de pensamientos y emociones. Es una gran pieza literaria y a la vez un imprescindible testimonio sobre un país y una época. El País es el Vasco y la época aquella en que sus habitantes atenazados por el miedo, envenenados por la propaganda y celularmente incapacitados para la humanidad y la compasión, miraban para otro lado cuando los crímenes se cometían, mataban civilmente a los familiares de las víctimas con rencor y desprecio, suponían que alguna razón habrían tenido los asesinos para acabar con sus víctimas, y tenían como representantes políticos muestras sublimes de mitad monjes y mitad soldados dados a la delicada metáfora de la hermandad entre «los que agitan el árbol y los que recogen las nueces». Y es que eran los mismos.

Es este un libro que debieran leer todos los españoles, dentro y fuera del País Vasco, y cuyo destino más noble sería el de convertirse en lectura obligada en todas las ikastolas del territorio y en libro de cabecera para todos aquellos que mantienen que todo lo que les preocupa es la «cuestión vasca». No hay mejor manera de comprender de qué trata esa cuestión que leyendo atenta y estremecidamente a Fernando Aramburu. Y de paso dedicar su lectura a Consuelo Ordóñez, a Ana Iríbar, a Cristina Cuesta, a Maite Pagaza, a Mari Mar Blanco y a todas las víctimas que lo fueron y que lo son del terrorismo vasco y nacional identitario de ETA. Son ellas y solo ellas las que pueden redimir la sintomatología grave que afecta a una sociedad enferma. La que con profundo horror hemos contemplado en «Patria». (JAVIER RUPÉREZ en ABC)


viernes, 5 de mayo de 2017

José y el ladrillo.




José iba en su nuevo automóvil, un gran Jaguar a mucha velocidad. ¿La razón? Llegaría tarde al trabajo si no corría.

Su automóvil Jaguar rojo brillante, era una de sus mas preciadas posesiones, cuando súbitamente… ¡Un ladrillo se estrelló en la puerta de atrás!

José frenó el automóvil y dio reversa hasta el lugar de donde el ladrillo había salido.

Se bajó del automóvil y vio a un niño sentado en el piso. Lo agarró, lo sacudió y le gritó muy enojado: ¿Qué demonios andas haciendo? ¡Te va a costar muy caro lo que le hiciste a mi auto! ¿Por qué me tiraste el ladrillo?

El niño llorando, le contestó: "Lo siento, señor, pero no sabía qué hacer, mi hermano se cayó de su silla de ruedas y está lastimado, y no lo puedo levantar yo solo. Nadie quería detenerse a ayudarme!"

José sintió un nudo en la garganta, fue a levantar al joven, lo sentó en su silla de ruedas, y lo revisó. Vio que sus raspaduras eran menores, y que no estaba en peligro.

Mientras el pequeño de 7 años empujaba a su hermano en la silla de ruedas hacia su casa, José caminó lentamente a su Jaguar, pensando…

Moraleja:

JOSÉ NUNCA LLEVÓ A REPARAR EL AUTO, DEJÓ LA PUERTA COMO ESTABA, PARA HACERLE RECORDAR QUE NO DEBÍA IR A TRAVÉS DE LA VIDA TAN RÁPIDO COMO PARA QUE ALGUIEN  TENGA QUE TIRARLE UN LADRILLO PARA LLAMAR SU ATENCIÓN...

jueves, 6 de abril de 2017

Un billete arrugado




Un billete arrugado

 

Una profesora en clase saca de su cartera un billete de 20 euros y lo enseña a sus alumnos a la vez que pregunta: “¿A quién le gustaría tener este billete?”. Todos los alumnos levantan la mano.

Entonces la profesora coge el billete y lo arruga, haciéndolo una bola. Incluso lo rasga un poquito en una esquina. “¿Quién sigue queriéndolo?”. Todos los alumnos volvieron a levantar la mano.

Finalmente, la profesora tira el billete al suelo y lo pisa repetidamente, diciendo: “¿Aún queréis este billete?”. Todos los alumnos respondieron que sí.

Entonces la profesora les dijo:


“Espero que de aquí aprendáis una lección importante hoy. Aunque he arrugado el billete, lo he pisado y tirado al suelo… todos habéis querido tener el billete porque su valor no había cambiado, seguían siendo 20 euros.


Muchas veces en la vida te ofenden, hay personas que te rechazan y los acontecimientos te sacuden, dejándote hecho una bola o tirado en el suelo. 

Sientes que no vales nada, pero recuerda, tu valor no cambiará NUNCA para la gente que realmente te quiere. Incluso en los días en los que sientas que estás en tu peor momento, tu valor sigue siendo el mismo, por muy arrugado que estés”.



lunes, 3 de abril de 2017

SI TUVIERA... SERÍA FELIZ



SI TUVIERA… SERÍA FELIZ

 
Cuentan que una vez un hombre caminaba por la playa en una noche de luna llena mientras pensaba:

"Si tuviera un auto nuevo, sería feliz”
– ”Si tuviera una casa grande, sería feliz”
– ”Si tuviera un excelente trabajo, sería feliz”
– ”Si tuviera pareja perfecta, sería feliz”

 

En ese momento, tropezó con una bolsita llena de piedras y empezó a tirarlas una por una al mar cada vez que decía: “Sería feliz si tuviera…”

Así lo hizo hasta que solamente quedaba una piedrita en la bolsa, la cual guardó. Al llegar a su casa se dio cuenta de que aquella piedrita era un diamante muy valioso. ¿Te imaginas cuantos diamantes arrojó al mar sin detenerse y apreciarlos?

¿Cuántos de nosotros pasamos arrojando nuestros preciosos tesoros por estar esperando lo que creemos perfecto o soñado y deseando lo que no se tiene, sin darle valor a lo que tenemos cerca nuestro?

Mira a tu alrededor y si te detienes a observar te darás cuenta de lo afortunado que eres, muy cerca de ti está tu felicidad, y no le has dado la oportunidad de demostrarlo.

Cada uno de nuestros días es un diamante precioso, valioso e irremplazable.
 
Depende de ti aprovecharlo o lanzarlo al mar del olvido para nunca más poder recuperarlo.